martes, 6 de diciembre de 2022

Siempre tuya

 Ya no estás. 

Y todavía no me lo puedo creer. 

El único consuelo es saber que estás con otros dueños que te van a cuidar. 

Pero ya no estás conmigo. Ya no puedo oírte ladrar, bajar a abrazarte, sentarme para que coloques tu cabeza en el hueco de mi brazo y te subas encima para luego acurrucarte, pasar las horas hablándote o simplemente en silencio, dejar que me consueles cuando todo se tambalea, jugar contigo o verte saltar de alegría cuando me ves.

Te has ido. 

Y no paro de repetírmelo, y cada vez duele más. 

No he podido despedirme, no he podido decirte que no estaba en mis manos hacer que te quedases, que no te estoy abandonando, que lo que para muchos es "solo un perro", para mí ha significado familia, porque eso es lo que has sido, familia. Un pilar fundamental en mi vida, un apoyo lleno de amor y lametones. 

Nunca has sido mía, pero yo siempre fui tuya. Y siempre lo seré.

Y por eso haré todo lo posible para volverte a ver, aunque sea una vez más.

Te quiero pequeña, ojalá seas tan feliz como lo has sido estos 6 años que hemos estado juntas. 

Hasta que nos volvamos a encontrar, Tesis 💚🐾✨





jueves, 24 de noviembre de 2022

Perdida y agotada, pero LIBRE

 Estoy en una de las épocas más cambiantes y complicadas de mi vida, una época de tomar decisiones difíciles para poder avanzar en mi proceso de cambio hacia la versión de mí que quiero ser. No sé muy bien quién soy ahora, me encuentro con un "yo" que no reconozco, una Andrea que por fin ha salido de todo lo que supuso el TCA, encontrándose con una depresión después y que ahora anda perdida, intentando recomponer todas esas partes que después de tantos años de lucha están desperdigadas. Tal vez esa sea la definición perfecta: perdida. Y agotada en cierto modo. Han sido casi 15 años luchando contra un trastorno que casi me destruye por completo, 15 años de maltrato hacia mí misma, de autoboicot, de odio. Pero he salido del infierno y ahora más que nunca cobra sentido la frase de tocada pero nunca hundida, porque tocada estoy un rato. Y es que el trastorno y un pasado solo procesado a medias han dejado marcas en mí, heridas profundas que he decidido curar. Y para curarlas he tenido que abrirlas por completo y dejar que sangren. Y eso duele. Mucho.

No sé si lo estoy haciendo en el momento más adecuado pero sí tengo claro que es ahora o nunca, y ese nunca significa quedarme con esta versión de mí que tan poco me gusta. 

Tengo tantos frentes abiertos que siento que no puedo asumir más, pero siempre se puede, aunque conforme añado más cosas voy sintiendo que estoy llegando a mi límite, un límite que no tengo claro dónde está ni qué pasará si lo rebaso.

Prometí cuidar a mi niña interior y no pasar por encima de mí misma nunca más y sigo incumpliendo mi propia promesa. He mejorado, sí, pero no es suficiente.

El hecho de tener que tomar decisiones difíciles hace que me agote, pensando en todas las posibilidades. Y sí, sé que lo ideal sería no anticipar nada, pero necesito sentir cierto control, cierta seguridad, para mí todavía es pronto para saltar sin mirar si abajo hay agua o cemento, todavía necesito tener cuidado, todavía existe ese miedo a que la recuperación sea un sueño y caiga de nuevo.

Y aún así, a pesar de todo esto, a pesar de que no sea fácil, a pesar de sentirme agotada y perdida, por primera vez en 15 años siento que el control de mi vida lo tengo yo y no la enfermedad. 

Y eso, por mucho que duela a veces, es liberador.


viernes, 29 de julio de 2022

Vínculos

Según la RAE, un vínculo es "una unión o relación no material, especialmente la que se establece entre dos personas", y eso es lo que he hecho estos cuatro últimos meses: formar vínculos, en este caso, terapéuticos. 

Han sido cuatro meses de prácticas, de descubrir muchas cosas de mí misma y, sobre todo, de aprendizaje, aunque en este caso creo que a pesar de haber aprendido mucho de mis colegas, las que más me han enseñado han sido las pacientes. No voy a mentir diciendo que fue fácil, porque no ha sido así, ha habido momentos duros, momentos de verme reflejada, de estar tan cerca de la enfermedad que su voz volvía a susurrar en mi mente y tenía que luchar para callarla. Momentos de miedo, de pensar que no podría dedicarme a esto, que la enfermedad volvería si lo hacía. Pero no ha sido así, he podido negarle de nuevo la entrada a mí vida y he podido seguir, aunque creo que por fin he dado con la respuesta a si esto tiene cura... Bien, la respuesta para mí es sí pero no. Me explico: considero que estoy curada pero sé que la enfermedad sigue ahí, unida a mí por un hilo casi inexistente que se niega a romper (o tal vez me niegue yo, no lo sé). Así que hoy por hoy mi respuesta es esa; sé que vivo sin ella pero que a veces volverá a susurrar(me) y tendré que expulsarla lo más rápido posible para impedir que se haga fuerte otra vez. Claro que esto solo es mi realidad, no es una verdad universal y cada persona es un mundo.

Esta es sólo una de las muchas preguntas que estos meses he podido responder(me) y, al hilo del título del post, si tuviese que quedarme con algo, sería con los vínculos que he ido formando con las pacientes y con algunas compañeras.

He visto a las pacientes reír, llorar, enfadarse, tirar la toalla y luchar, sobre todo luchar. Me he sentido frustrada, preocupada, orgullosa y mil cosas más que nunca imaginé. Son unas guerreras, algunas de ellas unas niñas todavía, que han tenido que madurar demasiado pronto y en muchas ocasiones a base de golpes, tanto físicos como emocionales. He tenido el honor de estar en una parte de su proceso, de ver cómo se abrían a mí, de abrazarlas incluso, porque a veces a pesar de que esto sea una relación terapeuta-paciente, el abrazo es necesario y sana más que las palabras. He estado en sus días buenos, esos en los que tanto me han hecho reír, me he sentido cuidada también por ellas con sus preguntas sobre qué tal estaba y me han hecho sentir que a pesar de su lucha les importaba mi respuesta.

Pero también he vivido la otra cara, la de la enfermedad. Sus malos días, la ansiedad y desesperación, las lágrimas, el dolor y sus "no puedo más, no quiero seguir", esos en los que yo tenía miedo por un momento, miedo de que fuese verdad aunque todo en mí gritaba que sí podían, que solo tenía que sostenerlas mientras encontraban la fuerza para levantarse. Y qué frustración genera eso, el no poder hacer que se vean a sí mismas como las vemos el resto: mujeres fuertes, valientes, valiosas, inteligentes y hermosas por dentro y por fuera, con una capacidad inmensa para brillar con luz propia que aún tienen que descubrir; mujeres que tienen mucho que aportar al mundo, pero a las que la enfermedad tiene cegadas, como si el TCA fuese una araña y ellas la presa atrapada en la tela, una tela suave que parece incluso bonita, pero cuya verdadera cara es todo lo contrario, es la destrucción en estado puro. Me pongo a pensar y recuerdo que yo estuve presa de esa araña, que esa tela fue mi refugio durante demasiados años, tantos que sé que las consecuencias las voy a arrastrar siempre. Y me gustaría ahorrárselo, salvarlas de todo eso, pero sé que no puedo, que es su lucha y que inevitablemente van a sufrir, aunque sí he podido acompañarlas y sostenerlas durante estos meses cuando caían agotadas, cuando necesitaban un respiro de la guerra interna que libran, una escapatoria de los demonios que habitan su infierno personal. Y me siento satisfecha de saber que lo logré, de haber podido tener con cada una de ellas esa última conversación sin las limitaciones que supone ser su terapeuta, esa despedida tan necesaria y en la que pude abrirme por completo y decirles que yo sí creo en ellas, que saldrán de esta y que les doy las gracias por haberme dejado entrar en su mundo, en su enfermedad; y no sabéis lo satisfactorio que es escuchar que les has dado fuerzas, que lograste espantar a sus demonios más de una vez, y ojalá pudiese acompañarlas hasta el final, pero no es posible, así que solo me queda darles las gracias: gracias, chicas, no creo que lleguéis a leer esto, pero sois fantásticas y ojalá algún día, más pronto que tarde, os deis cuenta de que tenéis la fuerza y la capacidad suficiente para derrotar al monstruo del TCA y salir al mundo con esa luz que brilla en vuestro interior y que, aunque débil a veces, sigue parpadeando, luchando sin cesar.



sábado, 7 de mayo de 2022

Vivo con un monstruo

Vivo con un monstruo.

Vivo en una cueva con un monstruo que me agarra de las piernas y no me deja salir.

Veo la luz, la veo, quiero ir hacia ella, pero algo me coge mis extremidades insistentemente. No miro hacia atrás, no miro. Me da miedo verle, me da miedo que su cara sea la más horrible que habita el planeta, que sea un rostro conocido o, peor aún, que sea yo misma.

Hace tiempo que cada vez estoy más al fondo de la cueva, cada vez un poco más socavada, un poco más perdida, un poco más inerte.

Con sus ponzoñosas garras me desgarra la piel de las piernas, me duele cómo actúa, me duele lo que dice. Me duele él.

Con su voz me hunde más en la desesperación, me susurra lo débil que soy, lo poco que valgo, lo nada que importo.

Me invita a alejarme, a desprenderme de todo y de todos, a quedarme sola con él. Mientras él se hace más grande por cada victoria que yo voy perdiendo.

Me dice cosas feas, insinúa que nadie me quiere, que la gente es mala y traicionera y que yo soy una ingenua, una tonta y que merezco todo lo malo que me pasa. 

Este monstruo que me acompaña parece que a veces desaparece, dejándome dar unos pasos en falso para después volverme a arrastrar de nuevo. 

No es la primera vez que lucho contra él, sé que lo puedo vencer, que se puede ir. Pero ahora me cuesta más, noto que cada vez tengo menos fuerza y él, en cambio, es insaciable e imparable.

Aún así, lo peor de este monstruo es saber que lo he creado yo, que es fruto de mis vivencias y mi esencia. Que está compuesto de un mosaico de mí.

Este monstruo no me deja y no siento que no tengo herramientas para vencerle, al menos no por ahora. Me da miedo caer al fondo de la cueva, me da miedo que el monstruo me fagocite y que definitivamente se quede todo a oscuras.


[Texto sacado de la página de We Lover Size que narra la experiencia de una lectora con la depresión y la ansiedad]

lunes, 28 de febrero de 2022

Adiós

 Adiós.

Cinco letras que encierran incontables emociones y un significado: se terminó.

Y qué difícil es a veces pronunciar esas letras. 

Hoy me despido de mi lugar seguro, aquel que apareció de la nada y que ha sido mi refugio secreto durante los últimos cuatro años. Mi remanso de paz cuando todo en mi interior estaba en guerra. Mi sostén cuando todo se tambaleaba.

Es complicado encontrar un lugar seguro en el que refugiarte cuando todo te pesa, cuando los monstruos te aprietan tanto el nudo en la garganta que apenas puedes respirar. 

Mi lugar, a ojos ajenos, es una ciudad y, en medio de ella, un piso. Para mí ha sido un lugar físico y mental, un sitio al que viajar para reencontrarme. Bastaba solo con llegar para que mi mente se quedase en silencio, para que hallase la calma en medio de la tormenta. 

Y sé que para muchos suena a locura, porque si observas mi vida verás que no me falta de nada: tengo una casa, alimentos, posibilidad de viajar, de estudiar y gente que me quiere. Y por eso es tan complicado de explicar, porque el problema no es visible, el problema soy yo. O, más bien, todo el daño que (me) he hecho. He pasado media vida autodestruyéndome, avanzando sin pararme a observar(me), intentando autoconvencerme de que si no pensaba en ello, todo lo malo desaparecería. 

Pero no.

Todo sigue ahí, como si se hubiese estado acumulando hasta explotar provocando un derrumbe. Como si yo fuese el Titán Atlas tratando de sostener mi propio mundo sobre mis hombros mientras intento mantener el equilibrio y evitar todos los escombros que caen y amenazan con tirarme. Como si fuese una ficha de dominó que se niega a caer mientras sostengo todos los pedazos que forman parte de mí y trato de incorporarlos porque no hay más opciones. Ya no hay nada más, todas las alternativas se agotaron hace tiempo y solo queda dar el salto. 

Tal vez lo 'peor' de todo esto es que el salto implica cosas buenas, y digo lo 'peor' porque es muy triste sentirse así cuando el cambio va a ser mejor, sentir miedo de dejar atrás todo cuando precisamente estás dejando atrás lo malo. A veces siento como si unas manos tirasen de mí para impedir que avance, y tal vez sea así, tal vez esas manos son las manos de esa parte de mí a la que yo llamo monstruo y que en realidad solo es una niña temblorosa que me grita que no quiere arriesgarse, que si doy un paso hacia arriba corro el peligro de perder el equilibrio y caer. 

Y abandonarla de nuevo.

Pero no 

Y es ese "pero no" lo que trato de hacerle entender a la niña, que puede que todo salga mal pero esta vez no voy a soltarla, no voy a dejarla sola frente a los demonios, porque ahora que por fin la veo mi intención es protegerla y demostrarle que no voy a hacernos más daño. No puedo prometerle que no sufriremos, pero sí que lo afrontaremos como un todo. Porque eso es lo que somos, la niña es una parte de mí aunque hasta ahora yo solo veía un monstruo cuando la miraba y me empeñaba en luchar contra ella y matarla. 

Pero no se puede matar algo que forma parte de lo más primario de tu ser. Ni quiero, aunque he de reconocer que descubrir la realidad de "mi monstruo" ha puesto todo patas arriba en mi interior, ha hecho que el caos sea más caos, si es que eso tiene algún sentido. 

Me siento muy perdida, soy una adulta que necesita tomar decisiones pero a la vez tengo que lidiar con todo el daño que me hice, con todo lo que me hicieron creer sobre mí y que resultó no ser verdad, con esa parte de mí que me esforcé en ignorar y que ahora, justo cuando no hay tiempo, reclama mi atención. Creo que podría decirse que la realidad me ha dado tal hostia que me ha hecho abrir los ojos de golpe, unos ojos que no sabía que tenía cerrados, al grito de "¡ESPABILA, JODER, TE NECESITA(S)! ES AHORA O NUNCA". 

Ahora o nunca. ¿Cómo he podido estar tan ciega? ¿Cómo he podido pensar que me merecía todo el daño que me he hecho? ¿Cómo he dejado que me hiciesen creer que no era digna de amor, que no merecía la pena, que no era hermosa ni válida? ¿En qué momento me convencí de que era mejor seguir en el infierno porque es algo que ya conozco antes que saltar y vivir? 

La respuesta es que no lo sé, aunque tengo la sensación de que últimamente esa es mi respuesta para muchas cosas: NO LO SÉ. Y es la verdad, ahora mismo no sé muchas cosas pero estoy en el camino de aprender, aunque la realidad me grita que debo darme prisa, que el tiempo se agota.

Que ya no hay sala de espera, porque eso es lo que era mi lugar seguro: un remanso donde aprender, donde quererme y sanar las heridas que comenzaron a sangrar cuando yo ya creía que eran cicatrices cerradas. Cada kilómetro recorrido es una punzada, una lágrima que esa niña asustada derrama mientras súplica volver. 

Pero no podemos. No puedo vivir en pausa, el tiempo de llorar todo lo acumulado ha terminado y es hora de aceptar mis errores, perdonarme y dejarlos atrás para seguir avanzando y no repetirlos, así como también es hora de asumir las consecuencias de esos errores y tratar de reparar el daño. Ya no puedo dejar que esa niña tome el mando, tengo que enseñarle que soy yo, la adulta, la que va a tomar las decisiones y la que se hará cargo de protegernos si algo sale mal. Tengo que encontrar todas esas partes fuertes, seguras y capaces que sé que viven en mí y que han estado sepultadas bajo las ruinas de mi autodestrucción para que vuelvan a brillar y a gritar al mundo "pude, puedo y podré". 

Así que adiós, mi preciado rincón de paz, sé que volveré algún día con las heridas cerradas y en paz conmigo misma. Gracias por todas esas primeras veces que me has regalado, que han sido muchas más de las que nadie se podría imaginar. Me has dado todo lo que podías darme, un espacio donde he reído pero también he llorado mucho, aunque incluso lo malo se sentía menos malo allí y el miedo se transformaba en seguridad. Y es que en eso consiste un lugar seguro, en un sitio donde el dolor se hace más llevadero y en donde la oscuridad deja de ser tan negra y se convierte en gris. 

Me despido sabiendo que volveré a recorrer tus calles y que las paredes de ese piso, que a pesar de no ser mío he llegado a llamar hogar, se quedan en mi mente para proteger a esa niña que en su interior se sentía menos asustada. Y, sobre todo, me voy feliz de saber que el amor que me ha guiado estos años por esas calles se viene conmigo en esta nueva aventura.

Adiós y gracias.





viernes, 11 de febrero de 2022

Mi monstruo y yo

Otra vez aparece. De esas múltiples maneras en las que lo hace.

A veces es una voz, a veces es una sensación que me provoca escalofríos... O a veces es un pensamiento que me susurra la palabra 'fracaso'.

Otras veces se disfraza de culpa, o de vergüenza. La mayoría se viste de miedo, pero otras veces cambia de ropa. Le gusta mucho el traje de la tristeza.

Nunca se viste de sonrisa. Ni de tranquilidad. Ni de seguridad.

Antes intentaba escapar cuando notaba que me perseguía. Y me escondía en aquellas cosas que me hacían olvidar su presencia.

Y hacía cualquier cosa para evitar oír su voz. No comía, me cortaba, vomitaba, me volvía desconfiada, me obsesionaba con cualquier gilipollez... Me enganchaba de cualquier persona o cosa que me hiciese daño, solo para poder sentir algo intenso que evitase que pudiera escuchar al monstruo.

Porque lo que me decía me asustaba tanto, que prefería cualquier otro sufrimiento al sentir su presencia.

Y huía, claro que huía. Porque fue lo que aprendí a hacer y nadie me había enseñado que podían existir otras opciones.

Hoy me sigue asustando el sonido de sus pasos acercándose. Pero comprendí que no se iba a ir hasta que me parase y le mirase. Hasta que le dejase contarme qué es lo que necesita. Hasta que entendiese qué es lo que puedo hacer por él, para liberarlo de la cárcel en la que lleva metido todo este tiempo.

En la cárcel en la que yo misma le ayudé a encerrarse.

Y supe que debía encontrar la llave y acercarme sin temblar, o temblando. 

Solo para entender, al fin, que ese monstruo soy yo. 

Que tiene el mismo o más miedo.

Que esa voz que me susurra es la voz de una niña que llora pidiéndome que la proteja y que la salve, de una adolescente que me pide que la mire y que la escuche. 

Y he decidido intentarlo, cogerlas de la mano y detenerme a observar(me). Y he entendido que debajo de todos esos oscuros pensamientos se esconden el miedo y la necesidad de ser abrazadas y comprendidas.

De ser amadas y aceptadas.

De amar(me) y aceptar(me).

Pero para eso tengo que dejar de luchar y simplemente sentarme junto a ellas, junto al monstruo cuyo aspecto no es otro que mi reflejo. Y qué miedo da hacer eso, cómo duele descubrir que huías del dolor haciéndote daño a ti misma de mil formas, solo para que el sufrimiento que te provocabas fuese tan fuerte que ahogase aquel del que intentabas huir. 

Parece una ironía, pero en realidad ha sido tu forma de sobrevivir durante casi toda tu vida. Y aquí estás, sintiéndote perdida cuando recién acabas de encontrarte. Cansada de huir, buscando la manera de dejar de destruirte. 

Y cómo duele, joder. Pero, por una vez, ese dolor es necesario.

Porque solo así dejaremos de correr y de sentir que estamos en peligro.

Solo así, empezaremos a ser libres y podremos dejar de sobrevivir para empezar a vivir. 

Solo así, algún día, te mirarás al espejo y descubrirás que el monstruo se ha ido, que ya no escuchas su voz, que al otro lado 'solo' estás tú.

Tú y el silencio. Tú y la paz.

Y entonces te darás cuenta de que ya no duele. 

Y sonreirás, abrazándote sin culpa, sin miedo y sin reproches. Sintiéndote tranquila, respirando sin sentir un nudo atenazando tu garganta. Viviendo. Amándo(te).

Siendo libre.


[Texto adaptado a partir de un texto de Paula Marín]