[Sus ojos, cargados de asco y desprecio, le devolvían la mirada a través del espejo mientras contemplaba su cuerpo desnudo, sus estrías, sus cicatrices, su flacided... todo lo que siempre había odiado. ¿Cómo alguien iba a poder mirar aquello y sentir deseo? ¿Quién podría amar a alguien como ella? Preguntas que se repetían una y otra vez en su cabeza, como una música de fondo que trataba de ignorar pero que, a veces, se convertía en la melodía principal, recordándole que sus fantasmas seguían ahí y que por mucho que corriese no iba a dejarlos atrás. Las lágrimas ya rodaban por sus mejillas, calientes y saladas, pese a que ella se sentía helada; su eterno ritual de ahuyentar a los fantasmas mediante el dolor pugnando por ser realizado y ella, deseosa de que esos sentimientos desapareciesen, posó la mano en su estómago, dispuesta a arañarse hasta sentir otra cosa, lo que fuese, pero en el último instante se detuvo, recordando las palabras del psicólogo: "¿y si la próxima vez pruebas a sentir amor?". Dudó, pero necesitaba hacer algo desesperadamente o caería en lo profundo de su depresión, estaba segura, así que en vez de procurarse una salida mediante el dolor, se abrazó a sí misma, con fuerza, como si de esa manera pudiera mantenerse unida a sí misma, con la sensación de que si se soltaba se rompería en mil pedazos imposibles de rearmar.
Y algo diferente ocurrió.
Su niña interior, esa parte de ella que permanecía escondida en el fondo de su ser por miedo a ser dañada más veces, acudió a su abrazo y se fundió con ella, uniéndose por primera vez. Las lágrimas manaron con más fuerza pero esta vez fue como una catarsis que entibiaba su cuerpo a su paso, hasta sentirse viva y en calma. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentirse amada por ella misma, una sensación nueva y reconfortante. Tenía miedo de abrir los ojos y que todo desapareciese, pero no fue así; todo ese amor seguía ahí, como un escudo protector que impedía que todo ese desprecio la envolviese, sustituyéndolo por aceptación.
Poco a poco fue soltando su abrazo, dándose las gracias a sí misma, tal como le habían enseñado. Al terminar, todo estaba tranquilo, ella seguía en calma, mirándose con nuevos ojos. Había ganado la batalla, los fantasmas se habían alejado, pero seguían ahí, esperando; y ella sabía que volverían pero ahora también sabía cómo ahuyentarlos sin lastimarse a sí misma una vez más. No era ingenua, sabía que esos fantasmas eran el producto de su propio boicoteo, un sabotaje que siempre se causaba cuando sentía que todo iba bien, una forma de volver a la zona de confort en que se había convertido la enfermedad. Hacía un tiempo que la resignación había sido sustituida por el enfado, una emoción que le ayudaba a lidiar mejor con esa parte suya tan dañina y que le había hecho despertar y querer salir de todo eso con más ganas. Pero todavía había muchas veces que tropezaba y la tristeza la invadía, las lágrimas le ayudaban a limpiarse de todo ese negativismo que la envolvía y acababa de aprender a aceptarlas, por mucho que las odiase. Odiar... algo muy presente en su vida hasta ahora; hoy había descubierto cómo desestabilizar al odio, había visto como desaparecía a causa de un nuevo sentimiento: el amor hacia sí misma, el primer paso para poder aceptar que merecía ser amada y que, de hecho, ya lo era, por mucho que su parte enferma tratase de sabotear todo eso. Sabía que había gente que la amaba y que estaban esperando a que ella se recuperase, pero también sabía que para eso tenía que aprender a quererse a sí misma, y hoy, había comenzado a hacerlo.
Era un avance, un pequeño paso en el camino por ganar la guerra que luchaba contra sí misma, contra la enfermedad que amenazaba con arrastrarla y a la que ella se resistía con todas sus fuerzas. Era una lucha contra sus creencias, su inseguridad, su personalidad... en definitiva: contra su propia mente.
Y estaba dispuesta a ganar, había elegido la parte difícil, la que significaba batallar, pero el premio era su felicidad, su salud mental, algo que ahora sabía que nunca había logrado verdaderamente, pero que con cada paso, por pequeño que fuese, sentía más cerca. Se dio la vuelta, dejando atrás su reflejo y sintiendo el amago de una sonrisa en sus labios mientras se repetía lo que ya se había convertido en su mantra:
"Eres perfectamente imperfecta... pudiste, puedes y podrás.]
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