martes, 21 de abril de 2020

Abrazo mi cuerpo mientras el agua de la ducha cae sobre mí, llevándose las lágrimas que caen sin cesar, dejando un reguero de calma a su paso. Es complicado: por un lado los días pasan rápidos y por otro el tiempo de cuarentena se torna eterno mientras veo todos los planes, todos lo proyectos, pasando junto a mí sin detenerse. Mientras la necesidad de estar a su lado amenaza con ahogarme; necesito tanto sus (a)brazos...
Está siendo duro, más de lo que me imaginé, convivir con ese monstruo llamado pasado que se burla diciéndome que, por mucho que corra, siempre me alcanzará. Pensamientos que no son míos y a la vez lo son, oscuros, dañinos, llenos de miedo.
Miedo. Esa es la sensación. Siempre presente, siempre al acecho... Miedo por un pasado lleno de errores, un presente que se tambalea a causa de esos errores y un futuro incierto. Y saber que la culpa es mía.
Continuo abrazando mi cuerpo, acariciando mi mente, pidiéndome perdón por todas las veces que actué contra mí misma, por todo el dolor causado, todas las somatizaciones que torturan a mi cuerpo a la mínima... Me abrazo y me felicito por seguir en pie, por luchar contra esos monstruos que forman parte de mí, esos demonios que conforman mi infierno personal y que desde que empecé a luchar con más fuerza que nunca, sabiendo que era mi última oportunidad, se aferran a mí, tratando de quedarse y que me pierda a mí misma; pero sé que no podrán, no puedo ni quiero permitirlo, no puedo (ni quiero) seguir viviendo con miedo.
Y me permito llorar, aliviar ese nudo, esa sensación de desbordamiento, entrar en calor después de sentirme helada por dentro, me permito sentir todo de golpe, sin barreras, sin luchar, en un momento de intimidad y vulnerabilidad máximas conmigo misma. Sí, vulnerabilidad, porque todas las barreras han caído.
Amaia Montero está sonando, Beret como próxima canción en modo aleatorio... me hacen sentir mejor, me reconfortan entre el bramido del agua que sale por la alcachofa de la ducha a una temperatura lo suficientemente alta como para relajar mi cuerpo entero.
Finalmente dejo que del agua fría caiga sobre mí, recordándome que es hora de volver a mi lucha particular, de respirar hondo, abrazar la calma y salir al mundo dándole una patada a esos miedos y diciéndome que llegará pronto ese reencuentro, que todo irá bien... porque no puedo concebir el resultado contrario, no quiero, quiero ganar esta lucha de una vez, que ganemos ese ansiado "todo está bien, sin tambalearse, seguro y fuerte".
Salgo de la ducha, limpiando el vaho del espejo mientras me envuelvo en una toalla y (me) sonrío; no es la mejor sonrisa pero es un avance y tengo confianza en que pronto las lágrimas dejen de ser una constante y lo sea la risa. Cada vez más cerca, cada vez con más esperanza en alejarme del borde del precipicio y abrazar la paz conmigo misma. Cada vez más cerca de perdonarme y amarme sin reservas, pero de momento toca (re)construirse.

Espero que todos vosotros y vuestro entorno estéis bien, ya sabéis que me tenéis a un silbido (o mail) de distancia.

Hasta la próxima y recordad que os leo en el correo del blog.
                                     ❤️


viernes, 10 de abril de 2020

Estados de identidad

En psicología del desarrollo he aprendido las etapas por las cuales se pasa para llegar al logro de la identidad según Marcia; en ellas se dice que para alcanzar el logro de la identidad debe haber crisis, y esa crisis llevarte al compromiso. Normalmente estas etapas ocurren durante la adolescencia, pero hasta ahora yo estaba en lo que se llama etapa de la difusión de la identidad: sin crisis, ni compromiso.
Mi mente ha estado dormida muchos años, en una pausa en la que nada se cuestionaba, nada invitaba a reflexión y la curiosidad por el mundo en el que vivo y todo aquello que lo compone apenas tenía cabida en mis pensamientos... ¿Nada se cuestionaba? Nada, excepto yo y el no ser lo suficientemente buena. ¿Buena para qué? No lo sé, aún no lo sé. En el último mes siento que mi mente ha despertado a la vida, cuestionándolo todo, planteándose cosas que nunca imaginó, reflexionando y entendiendo; es como una especie de sed de saber, de necesidad de entender lo que antes simplemente memorizaba o dejaba estar sin hacer el esfuerzo de comprenderlo, de curiosear acerca de todo lo que me rodea y ponerme a prueba. Es como si hubiese pasado fugazmente por la etapa de exclusión, en la que hay compromiso pero no crisis, en la que sentía esas ansias pero no las dejaba florecer, para desembocar inmediatamente en la etapa de moratoria, en la que no hay compromiso pero sí crisis, aunque ese compromiso sigue ahí latente, esperando una reevaluación y, de ser necesaria, una reconstrucción de mis prioridades, de mis ideas y, porqué no, de mis valores, para después comprometerme conmigo misma, con esa identidad hecha a mi medida, moldeada y querida por mí; estoy en esa especie de "crisis" que me llevará hacia ese ansiado compromiso y a lograr la etapa final, el logro de la identidad.
No todo el mundo pasa por todas las etapas, algunos simplemente se quedan en una de ellas o directamente adquieren el logro de su identidad, esa etapa "ideal" que nos ayuda a definirnos como personas y a labrar nuestro futuro sabiendo quiénes somos y qué queremos. Puede que ni yo misma esté pasando por ninguna etapa y simplemente desvaríe... aunque estoy segura de que algo en mí está cambiando, un cambio necesario y anhelado durante mucho tiempo. Ya no soy una adolescente pero ¡más vale tarde que nunca!