lunes, 30 de noviembre de 2020

Día internacional de la lucha contra los TCA

Hoy recuerdo el día en que firmé un contrato contigo sin leer antes la letra pequeña. Sin escuchar las voces que me advertían de que no eras la libertad, sino la dictadura sobre mi cuerpo.

Cada pensamiento, cada parte de mi vida, pasó a ser tuya, vivía por y para ti, para conseguir unas metas totalmente inalcanzables, una perfección inexistente.

Creía estar ganando, pero lo perdí todo, me perdí a mí misma y caí tan profundo que dejó de importarme incluso respirar.

Dejé de vivir y me limité a sobrevivir, ignorando esa parte de mí que me gritaba que me estabas matando, tenía terror a soltarte de la mano.

Todavía me pregunto cómo pude dejar que entraras en mi vida y que poco a poco me fueras agarrando, cada vez más fuerte, hasta que pensé que jamás podría escapar. Pero lo hice. O eso creía.

Porque volviste, cuando todo parecía ir bien volví a escuchar tu voz diciéndome que nada iría nunca bien, que no lo merecía, y me dejé llevar de nuevo a la oscuridad pensando que no había servido de nada todo el esfuerzo, que habías ganado.

Pero no. Unas manos me sostuvieron, me ayudaron y me abrazaron cada vez que sentía que no podía más, cada vez que quería morir, porque me hiciste desear desaparecer para siempre. Y me levanté de nuevo. Y volví a caer más veces. Hasta que me hice más fuerte que tú.

Hoy sé que tenías un propósito, pero ya lo cumpliste, hoy sé que fuiste la forma que tuve de afrontar algunas cosas, pero ya he aprendido a hacerlo de otra forma más sana, todavía sigo aprendiendo.

Así que hoy, por fin, me despido de ti. Me has acompañado muchos años, pero hace algún tiempo que tu voz enmudeció. Hace algún tiempo que me veo al mirarme al espejo, todavía a veces no me gusta lo que veo, pero lo acepto, acepto cada cicatriz, cada estría, cada imperfección que me hace ser yo. Me acepto y pido perdón a mi cuerpo por maltratarlo durante años. Me pido perdón a mí misma y me prometo seguir aprendiendo a quererme todos los días.

Hoy te digo adiós aunque hace ya algún tiempo que te has ido, pero tenía miedo. Ya no lo tengo. Y por eso te digo adiós y te cierro la puerta, no intentes volver, ya no te necesito, ya no tienes cabida en mi vida.

Ya no.

Adiós.



#30 de noviembre, día internacional de la lucha contra los TCA.

#Yo me sumo, ¿y tú?

[Foto de @yotambienquisesercomoanaymia]



domingo, 8 de noviembre de 2020

Aprendiendo a nadar

Ayer la protagonista de una película dijo:

"Puede que no sea ni hoy ni mañana, pero llegará el día en que empiece a llorar y me da miedo no saber parar, llorar tanto que acabe arrastrándote y ahogándonos los dos".

Ese era mi miedo hace unos años cuando bajé cada una de las defensas que tanto me había costado construir. 

Y ahora no puedo parar.

Se rompió el dique y el agua todo lo pudo, las lágrimas empezaron a salir y ya no pararon, dejando pasar año tras año, daño tras daño, recordando cada error, cada mala decisión.

No sé parar, es como empezar un lunes sintiéndote bien y continuar así durante un par de semanas, pensando que ya está, que todo está mejor, que ya tienes el control y vas a poder mantener ese bienestar.

Pero no.

Un día cualquiera, dos lunes después, sin un motivo que lo justifique empiezas a notar algo que tira de ti, un malestar al que tratas de ignorar, pero que no se va. 

Y, de repente, algo hace click en ti.

Y te rompes.

Las lágrimas vuelven, la oscuridad te abraza, y ya no ves la luz que hacía unos días te iluminaba. Y sientes frío, mucho frío.

Lloras, lloras por todo, a veces sin un desencadenante.

Mentira.

Sí hay un desencadenante.

Pensamientos que te susurran que no vales para nada, que no mereces estar bien, que eres una inútil, que vas a perderte a ti misma y a perderlo todo. Te dicen cosas horribles y...

Te las crees. Durante unos días te las crees.

Hasta que llega el viernes y vuelves a encontrar un resquicio de fuerza, alguien que te dice las cosas como son, que te recuerda que lo que estás haciendo es rendirte mientras te abraza y te hace entrar en calor.

Y vuelves a luchar, a matar esos pensamientos, a jurarte que ya no más.

Hasta que llega el lunes y la luz vuelve a ti, te abraza y te da esperanzas y fuerza.

Y resurges de tus cenizas como un ave Fénix.

Hasta dentro de dos semanas.

Hasta que las lágrimas regresan dos lunes después y vuelve a empezar todo el ciclo, todo ese círculo vicioso del cual intentas salir.

Y te vas agotando, pensando en lo fácil que sería sucumbir a esos pensamientos, no luchar más, dejarte ir.

Y perder(te).

¿Podría soportar perderme de nuevo? Rotundamente no. Perderme a mí implica perderlo todo, y no estoy dispuesta a que vuelva a pasar.

¿Pero qué sucede con los demás? Es tanto el miedo a estar arrastrándolos conmigo, a que se agoten y se vayan.

Nunca quise arrastrar a nadie conmigo, pero no puedo salir de este mar de lágrimas sola, por muy egoísta que pueda sonar. Ya lo intenté, alejé a todo el mundo para tratar de salvarme y solo conseguí caer tan hondo que pensé que no volvería a salir. 

Y no pienso volver a pasar por eso.

Ahora mismo estoy buscando ese click, esa fuerza que me ayude a subir de nuevo, yo sé que está ahí, pero no logro alcanzarla, aunque sé que está muy cerca. 

A veces creo que llorar es mi manera de ahogar esos pensamientos, es como si llorando drenase todo lo malo, me trae paz, pero también me duele, es como echar desinfectante en una herida, al principio escuece, pero sana. 

Tal vez sea mi resistencia, mi rechazo a llorar lo que me está impidiendo avanzar, pero tengo tanto miedo de no poder parar nunca.

¿Y si por ahogar esos pensamientos me ahogo yo? 

MIEDO, MIEDO, MIEDO.

PUTO MIEDO.

¿De qué me sirve el miedo? Hace tiempo que empecé a llorar y no he podido parar hasta ahora, ¿qué tengo que perder? ¿Y si es la solución? 

Llorar un océano, llorar hasta diluir cada cosa que me impide sanar.

Y, mientras lloro, aprender a nadar.

Debería escucharme más a menudo, abrazarme más veces. 

Trabajo en terapia las distintas partes de mi ser, tal vez debería escucharlas más. 

Tal vez mi parte sana está tratando de decirme que no pasa nada, que es cierto que he hecho muchas cosas mal, pero que también he hecho muchas cosas bien, que es hora de perdonarme y quererme, que es hora de dejar de hacerme daño a mí misma.

Tal vez mi parte enferma me está pidiendo que la deje ir, que su intención no fue hacerme daño, sino protegerme de la única manera que sabía, pero que ya no es necesario y que por no soltarla me estoy haciendo mucho daño.

Tal vez mi niña interior me está pidiendo que la cuide, que la escuche, que la abrace y no la suelte, que me perdona por no haberla protegido, pero que sabe que no ha sido culpa mía y que por eso debo dejar de sentirme culpable. A veces siento tanta ira que no quiere acercarse a mí, pero otras veces la abrazo y siento que la ayudo a sanar un poco, que simplemente quiere que la proteja de la parte enferma y dejar de sentirse sola, que quiere sentirse querida y que yo me quiera.

Tal vez me estoy volviendo loca.

No lo sé.

Solo sé que quiero sanar y dejar de vivir con miedo.

Solo sé que no me estoy rindiendo.

Solo sé que estoy aprendiendo a nadar.

Solo sé que...

Pude, puedo y podré.