domingo, 11 de octubre de 2020

Nublado

Poco a poco se está nublando mi ser. 

Poco a poco estoy viendo acercarse la oscuridad.

Poco a poco mis demonios van asomando.

La enfermedad mental es una montaña rusa llena de "loopings". A veces parece que va en línea recta y todo está en calma, hasta que llega una subida y, de repente, ¡pum! Llega la bajada, cuesta abajo y sin frenos, y te la pegas, si no haces nada para evitarlo te estrellas.

Llevo días en esa subida, aunque recién ahora he sido consciente de ello. Justo antes de llegar a la bajada, justo antes de perder(me). 

Desde que empecé a escuchar a mi cuerpo me siento peor, ha sido como si todo este tiempo hubiese estado anestesiada y ahora se hubiese ido el efecto. Es como si mi cuerpo hubiese dejado de hablar para empezar a gritar(me). 

Un grito de dolor, de rabia, de lágrimas. Un grito que provoca en mí pensamientos y emociones que me aterran porque ya los he vivido. Son el preludio a una (re)caída. 

En el camino de la recuperación aprendes a prepararte para esas recaídas, a saber cómo gestionarlas y levantarte, y yo acabo de comprender que no estoy preparada para caer, que mi lucha consiste en ir día a día, capeando mi propio temporal, tratando de atrapar el sol entre las nubes. 

Pero no estoy preparada para la oscuridad.

Y mira que no es algo desconocido para mí, éramos viejas amigas, hasta que entendí que la amistad no tenía que ver con eso y la convertí en enemiga. Sigo trabajando en el siguiente paso, en la comprensión de que tampoco es mi enemiga, sino una parte de mí que necesita ser aceptada y cuidada. Y para eso no estoy preparada, porque la rabia que siento no me deja aceptarla y otorgarle un perdón que supondría perdonar todo el daño que me he hecho, lo que más odio y temo de mí.

Por eso no puedo caer, aunque estoy tan cansada...

Me levanto cada día con la sensación de haber corrido una maratón, con mi cuerpo pidiéndome que vuelva a la cama, con el frío instalado en mi interior, con mis demonios dándome los buenos días. Y así sigue el día, cada vez más cansada, a pesar de dormir, a pesar de no hacer nada. Me siento, trato de estudiar, pero es como si mi mente estuviese embotada. Hago planes y una vocecita me dice que me quede en la cama, que no haga nada. Cada día trato de ignorar eso, de luchar por cambiar eso, pero mi cuerpo no me responde, mi mente no despierta de su propia pesadilla. 

Y entonces, después de varios días así, llegan un par de días que la energía vuelve, que el cansancio desaparece y pienso que ya todo va a estar bien. Pero no. A veces creo que es mi propia mente burlándose de mí, haciéndome creer que lo estoy logrando para luego retroceder y recordarme que no, que estar bien no va a ser una opción porque autoboicotearme es lo que he aprendido a hacer, lo que conozco. Puta zona de confort, que en realidad no es confort, es el infierno tabicado con el miedo a no poder controlarlo todo si salgo de ahí, el miedo a estar bien y que luego todo se vuelva a torcer. Y yo hace tiempo que me negué a quedarme ahí para siempre.

Llevaba días en la zona de "loopings". Dando volteretas a través de mi estado de ánimo, pasando del llanto a la alegría en poco tiempo y a veces sin que exista razón aparente para ese cambio.

Había tenido unos días buenos hasta que las nubes volvieron, pero no le di importancia, era lo habitual;  lo ignoré hasta que (me) escuché y vi que las nubes, que suelen ser blancas o grises, se estaban oscureciendo cada vez más. Y entonces reconocí la cima de la subida. 

He pasado tantos años disociando para evitar ahogarme con mis emociones que ahora que he comenzado a trabajar en serio para recuperarme es como si todo cayese sobre mí de golpe. Siento que mi casa me ahoga, que la rabia me inunda y que todos mis sistemas de alerta me gritan que huya, que salga de este círculo tóxico para poder trabajar en mi recuperación. Porque si algo sé es que sanar implica dolor y enfrentarte a la tarea de sanar en un ambiente que es el causante de parte del problema, es agotador. 

Nunca he dicho que yo no tenga la culpa de nada, al contrario, me creía la culpable de todo, pero con ayuda empecé a ver que no era así, que yo soy responsable de mis decisiones, pero no responsable de las de los demás, y si esas decisiones ajenas me perjudican lo único que puedo hacer es gestionar ese daño de una forma sana. Y es precisamente esa gestión del daño que deben enseñarnos conforme vamos creciendo, la que a mí nadie me enseñó o, al menos, la que nadie me enseñó de forma sana. Y de eso... de eso no soy culpable, y entenderlo me produce rabia y la rabia hace que me sienta mal. ¿Y por qué? Porque la rabia no se controla, mientras que la culpa sí, y mis demonios quieren control.

Llevo días que noto que las lágrimas ya no son para aliviarme sino que se han vuelto amargas, llenas de autoreproches y críticas, llenas de defectos y de ideas que pensaba que había enterrado. 

Estoy justo ahí, en la bajada. A un paso de la oscuridad de la que tanto me costó salir, por la que tanto perdí. Y en mi mano está coger carrerilla y volar hasta el otro extremo de la montaña rusa, ese que va en línea recta y cuyos baches son salvables. Estoy tan cansada que temo que el salto no sea lo suficientemente grande y caiga. 

Y otra vez el miedo... El puto miedo.

Y a pesar de todo, voy a saltar y voy a dejarme caer. O, mejor dicho, tropezar.

Y en el tropiezo voy a poner distancia con este lugar, voy a darme ese descanso que tanto lleva mi cuerpo pidiendo, voy a llorar hasta que todo mi interior se limpie y las nubes negras se destiñan a grises... Voy a aceptar y tratar de abrazar mis demonios, rindiéndome a esta oscuridad sin tratar de luchar porque ya no tengo fuerzas, aunque mi mente me grite que no lo haga, que haciendo eso voy a caer tan hondo que no sabré encontrar el camino de vuelta. Voy a escuchar cada pensamiento negativo que me asalte, dejando que me invada de todas esas emociones que suelo reprimir, para después aceptarlo y reestructurarlo con el razonamiento. Y todo esto va a doler, pero ya no puedo seguir ignorándome, ya no tengo fuerzas para luchar, y eso no quiere decir que me esté rindiendo, sino que a veces es necesario perder el equilibrio para volver a encontrarlo. A veces es necesario parar y tropezar para evitar una caída hasta el infierno, por mucho miedo que me dé, por mucho que sepa que la enfermedad está lista para atraparme de nuevo y caer bien hondo.

Y, cuando el salto acabe, cuando esté a punto de rozar el suelo después de tropezar, las nubes dejarán entrar la luz y tendré la opción de volver a esa lucha que ya ni siquiera es lucha sino aprendizaje cuyo fin es la aceptación y amor a mí misma, la unión de todas esas partes de mí que tanto llevan enfrentadas y el fin de la enfermedad, o rendirme y seguir haciéndome daño. Y mi elección será agarrarme a la vida, incorporarme de nuevo con todo lo aprendido en ese salto para seguir sanando hasta lograrlo por completo, para que la próxima vez que la oscuridad venga (porque a todos nos asalta de vez en cuando) sí esté preparada y construya un puente que evite la caída, un puente que me dé la seguridad de que si tropiezo no seguiré cayendo y se hará más fácil levantarse. 

¿Puedo estar tan segura de saber qué opción escogeré? 

Lo estoy. Porque, aunque no esté preparada para enfrentarme a la caída, sí lo estoy para evitarla, ya no solo la parte enferma es la que habla en mí, sino que ahora también escucho otras partes, pedazos de mí que han aprendido, que han madurado y que me sostienen, evitando que el tropiezo se convierta en caída. 

Abrazos a todos y no olvidéis que sanar nunca es lineal pero que hasta las pequeñas cosas pueden ayudar, incluso este desahogo ha hecho que mi interior se calme un poco y que el frío retroceda.

Recordad: pudimos, podemos y podremos.