miércoles, 2 de diciembre de 2020

Diciembre

Siempre me ha encantado la Navidad. No por los regalos, sino porque era la época en la que se reunía toda la familia. Era la época en la que yo me esforzaba en decorar la casa, en la que respiraba la ilusión de las luces, los árboles, los Belenes, los comercios... Era la época en la que sabía que vería a mis primos y a mis sobrinas.

Todos los años ayudaba a preparar la comida y ponía la mesa bajo la supervisión de mi abuela. Después de la cena, jugábamos a las cartas y al bingo y, si era Nochevieja, mi abuela hacia sus rituales de la suerte. 

De niña me encantaba abrir los regalos, como a cualquier niño supongo. Pero mi parte favorita de esos regalos era la carta y el dibujo de mi madre que los acompañaba, llena de amor y de buenos deseos.

Cuando fui un poco más mayor empecé a hacer regalos y lo que más me gustaba era ver las caras de mis familiares al verlos, el poder sorprenderlos cada año.

En Nochebuena me gustaba leer un poema o algo que yo hubiese hecho, era mi regalo conjunto para toda la familia.

En Navidad me iba con mi padre a comer y a la vuelta sabía que mi familia materna estaría esperándome para tomar el postre.

En Nochevieja solía estar en casa hasta que fui mayor de edad y me empecé a ir con mis amigos después de cenar. Llegaba siempre a casa por la mañana y me encontraba mi cama caliente porque mi abuela me había puesto un calefactor. Sabía que en pocas horas me despertaría y me diría que si había trasnochado tendría que madrugar y ayudarla, pero mientras lo decía me mostraba el chocolate caliente y el croissant recién hecho que me había preparado.

Hasta que un día, todo eso se terminó. Recuerdo que la Navidad anterior había sido mágica, nos habíamos reunido más gente que nunca y habíamos cantado villancicos hasta la madrugada. El año que siguió a esa Navidad fue bastante malo y cuando llegó de nuevo diciembre nadie quería decoración ni comidas familiares. Aún así, mi abuela se esforzó, sacó todos los adornos y puso la mesa más bonita que nunca. Ese año, cuando fui a leer un cuento que había preparado, todo fueron caras largas y comentarios sobre que querían ver la tele. 

Los años siguientes fueron un poco mejor hasta que mi abuela falleció. Dos meses antes de su muerte celebramos una Navidad preciosa en la que todo fueron risas. Sabía que mi abuela sufría mucho, pero aún así no dejó de sonreír. Nos disfrazamos y cantamos, incluso nos hicimos fotos para no olvidar nunca ese momento. 

Después de su muerte, ya no hubo decoración ni celebración en ninguna Navidad más. Diciembre se convirtió en un mes difícil, aunque en el último momento lograba recuperar mi ilusión, decoraba la casa ignorando las quejas de mi familia y compraba regalos para todos. Ya no había carta ni dibujo de mi madre, pero los veía sonreír.

Este año ha sido muy difícil para todos. Diciembre ha llegado y, aunque sé que soy afortunada por tener a mi familia conmigo y una casa donde vivir, siento mucha tristeza. Este año no hay decoración, no hay celebración, no hay nada excepto ganas de que acabe.  

Me digo a mí misma que no es el fin del mundo, que es una tontería, pero entonces pienso en que hace tiempo aprendí que las cosas que nos afectan no son ni más ni menos importantes que las que afectan a otras personas, que si para mí algo es importante es que lo es, aunque a otra persona le parezca que no. 

Sé que esto pasará, que habrá años mejores y que recuperaré la alegría que siempre he sentido en esta época, pero hasta entonces voy a escucharme y a permitirme sentir lo que estoy sintiendo.

Y lo que estoy sintiendo es tristeza porque este año he perdido la ilusión y no sé dónde encontrarla.

Y no pasa nada, porque sé que en algún momento la encontraré.

Pero hoy no.

Hoy me siento así.

Y no pasa nada.







lunes, 30 de noviembre de 2020

Día internacional de la lucha contra los TCA

Hoy recuerdo el día en que firmé un contrato contigo sin leer antes la letra pequeña. Sin escuchar las voces que me advertían de que no eras la libertad, sino la dictadura sobre mi cuerpo.

Cada pensamiento, cada parte de mi vida, pasó a ser tuya, vivía por y para ti, para conseguir unas metas totalmente inalcanzables, una perfección inexistente.

Creía estar ganando, pero lo perdí todo, me perdí a mí misma y caí tan profundo que dejó de importarme incluso respirar.

Dejé de vivir y me limité a sobrevivir, ignorando esa parte de mí que me gritaba que me estabas matando, tenía terror a soltarte de la mano.

Todavía me pregunto cómo pude dejar que entraras en mi vida y que poco a poco me fueras agarrando, cada vez más fuerte, hasta que pensé que jamás podría escapar. Pero lo hice. O eso creía.

Porque volviste, cuando todo parecía ir bien volví a escuchar tu voz diciéndome que nada iría nunca bien, que no lo merecía, y me dejé llevar de nuevo a la oscuridad pensando que no había servido de nada todo el esfuerzo, que habías ganado.

Pero no. Unas manos me sostuvieron, me ayudaron y me abrazaron cada vez que sentía que no podía más, cada vez que quería morir, porque me hiciste desear desaparecer para siempre. Y me levanté de nuevo. Y volví a caer más veces. Hasta que me hice más fuerte que tú.

Hoy sé que tenías un propósito, pero ya lo cumpliste, hoy sé que fuiste la forma que tuve de afrontar algunas cosas, pero ya he aprendido a hacerlo de otra forma más sana, todavía sigo aprendiendo.

Así que hoy, por fin, me despido de ti. Me has acompañado muchos años, pero hace algún tiempo que tu voz enmudeció. Hace algún tiempo que me veo al mirarme al espejo, todavía a veces no me gusta lo que veo, pero lo acepto, acepto cada cicatriz, cada estría, cada imperfección que me hace ser yo. Me acepto y pido perdón a mi cuerpo por maltratarlo durante años. Me pido perdón a mí misma y me prometo seguir aprendiendo a quererme todos los días.

Hoy te digo adiós aunque hace ya algún tiempo que te has ido, pero tenía miedo. Ya no lo tengo. Y por eso te digo adiós y te cierro la puerta, no intentes volver, ya no te necesito, ya no tienes cabida en mi vida.

Ya no.

Adiós.



#30 de noviembre, día internacional de la lucha contra los TCA.

#Yo me sumo, ¿y tú?

[Foto de @yotambienquisesercomoanaymia]



domingo, 8 de noviembre de 2020

Aprendiendo a nadar

Ayer la protagonista de una película dijo:

"Puede que no sea ni hoy ni mañana, pero llegará el día en que empiece a llorar y me da miedo no saber parar, llorar tanto que acabe arrastrándote y ahogándonos los dos".

Ese era mi miedo hace unos años cuando bajé cada una de las defensas que tanto me había costado construir. 

Y ahora no puedo parar.

Se rompió el dique y el agua todo lo pudo, las lágrimas empezaron a salir y ya no pararon, dejando pasar año tras año, daño tras daño, recordando cada error, cada mala decisión.

No sé parar, es como empezar un lunes sintiéndote bien y continuar así durante un par de semanas, pensando que ya está, que todo está mejor, que ya tienes el control y vas a poder mantener ese bienestar.

Pero no.

Un día cualquiera, dos lunes después, sin un motivo que lo justifique empiezas a notar algo que tira de ti, un malestar al que tratas de ignorar, pero que no se va. 

Y, de repente, algo hace click en ti.

Y te rompes.

Las lágrimas vuelven, la oscuridad te abraza, y ya no ves la luz que hacía unos días te iluminaba. Y sientes frío, mucho frío.

Lloras, lloras por todo, a veces sin un desencadenante.

Mentira.

Sí hay un desencadenante.

Pensamientos que te susurran que no vales para nada, que no mereces estar bien, que eres una inútil, que vas a perderte a ti misma y a perderlo todo. Te dicen cosas horribles y...

Te las crees. Durante unos días te las crees.

Hasta que llega el viernes y vuelves a encontrar un resquicio de fuerza, alguien que te dice las cosas como son, que te recuerda que lo que estás haciendo es rendirte mientras te abraza y te hace entrar en calor.

Y vuelves a luchar, a matar esos pensamientos, a jurarte que ya no más.

Hasta que llega el lunes y la luz vuelve a ti, te abraza y te da esperanzas y fuerza.

Y resurges de tus cenizas como un ave Fénix.

Hasta dentro de dos semanas.

Hasta que las lágrimas regresan dos lunes después y vuelve a empezar todo el ciclo, todo ese círculo vicioso del cual intentas salir.

Y te vas agotando, pensando en lo fácil que sería sucumbir a esos pensamientos, no luchar más, dejarte ir.

Y perder(te).

¿Podría soportar perderme de nuevo? Rotundamente no. Perderme a mí implica perderlo todo, y no estoy dispuesta a que vuelva a pasar.

¿Pero qué sucede con los demás? Es tanto el miedo a estar arrastrándolos conmigo, a que se agoten y se vayan.

Nunca quise arrastrar a nadie conmigo, pero no puedo salir de este mar de lágrimas sola, por muy egoísta que pueda sonar. Ya lo intenté, alejé a todo el mundo para tratar de salvarme y solo conseguí caer tan hondo que pensé que no volvería a salir. 

Y no pienso volver a pasar por eso.

Ahora mismo estoy buscando ese click, esa fuerza que me ayude a subir de nuevo, yo sé que está ahí, pero no logro alcanzarla, aunque sé que está muy cerca. 

A veces creo que llorar es mi manera de ahogar esos pensamientos, es como si llorando drenase todo lo malo, me trae paz, pero también me duele, es como echar desinfectante en una herida, al principio escuece, pero sana. 

Tal vez sea mi resistencia, mi rechazo a llorar lo que me está impidiendo avanzar, pero tengo tanto miedo de no poder parar nunca.

¿Y si por ahogar esos pensamientos me ahogo yo? 

MIEDO, MIEDO, MIEDO.

PUTO MIEDO.

¿De qué me sirve el miedo? Hace tiempo que empecé a llorar y no he podido parar hasta ahora, ¿qué tengo que perder? ¿Y si es la solución? 

Llorar un océano, llorar hasta diluir cada cosa que me impide sanar.

Y, mientras lloro, aprender a nadar.

Debería escucharme más a menudo, abrazarme más veces. 

Trabajo en terapia las distintas partes de mi ser, tal vez debería escucharlas más. 

Tal vez mi parte sana está tratando de decirme que no pasa nada, que es cierto que he hecho muchas cosas mal, pero que también he hecho muchas cosas bien, que es hora de perdonarme y quererme, que es hora de dejar de hacerme daño a mí misma.

Tal vez mi parte enferma me está pidiendo que la deje ir, que su intención no fue hacerme daño, sino protegerme de la única manera que sabía, pero que ya no es necesario y que por no soltarla me estoy haciendo mucho daño.

Tal vez mi niña interior me está pidiendo que la cuide, que la escuche, que la abrace y no la suelte, que me perdona por no haberla protegido, pero que sabe que no ha sido culpa mía y que por eso debo dejar de sentirme culpable. A veces siento tanta ira que no quiere acercarse a mí, pero otras veces la abrazo y siento que la ayudo a sanar un poco, que simplemente quiere que la proteja de la parte enferma y dejar de sentirse sola, que quiere sentirse querida y que yo me quiera.

Tal vez me estoy volviendo loca.

No lo sé.

Solo sé que quiero sanar y dejar de vivir con miedo.

Solo sé que no me estoy rindiendo.

Solo sé que estoy aprendiendo a nadar.

Solo sé que...

Pude, puedo y podré.


domingo, 11 de octubre de 2020

Nublado

Poco a poco se está nublando mi ser. 

Poco a poco estoy viendo acercarse la oscuridad.

Poco a poco mis demonios van asomando.

La enfermedad mental es una montaña rusa llena de "loopings". A veces parece que va en línea recta y todo está en calma, hasta que llega una subida y, de repente, ¡pum! Llega la bajada, cuesta abajo y sin frenos, y te la pegas, si no haces nada para evitarlo te estrellas.

Llevo días en esa subida, aunque recién ahora he sido consciente de ello. Justo antes de llegar a la bajada, justo antes de perder(me). 

Desde que empecé a escuchar a mi cuerpo me siento peor, ha sido como si todo este tiempo hubiese estado anestesiada y ahora se hubiese ido el efecto. Es como si mi cuerpo hubiese dejado de hablar para empezar a gritar(me). 

Un grito de dolor, de rabia, de lágrimas. Un grito que provoca en mí pensamientos y emociones que me aterran porque ya los he vivido. Son el preludio a una (re)caída. 

En el camino de la recuperación aprendes a prepararte para esas recaídas, a saber cómo gestionarlas y levantarte, y yo acabo de comprender que no estoy preparada para caer, que mi lucha consiste en ir día a día, capeando mi propio temporal, tratando de atrapar el sol entre las nubes. 

Pero no estoy preparada para la oscuridad.

Y mira que no es algo desconocido para mí, éramos viejas amigas, hasta que entendí que la amistad no tenía que ver con eso y la convertí en enemiga. Sigo trabajando en el siguiente paso, en la comprensión de que tampoco es mi enemiga, sino una parte de mí que necesita ser aceptada y cuidada. Y para eso no estoy preparada, porque la rabia que siento no me deja aceptarla y otorgarle un perdón que supondría perdonar todo el daño que me he hecho, lo que más odio y temo de mí.

Por eso no puedo caer, aunque estoy tan cansada...

Me levanto cada día con la sensación de haber corrido una maratón, con mi cuerpo pidiéndome que vuelva a la cama, con el frío instalado en mi interior, con mis demonios dándome los buenos días. Y así sigue el día, cada vez más cansada, a pesar de dormir, a pesar de no hacer nada. Me siento, trato de estudiar, pero es como si mi mente estuviese embotada. Hago planes y una vocecita me dice que me quede en la cama, que no haga nada. Cada día trato de ignorar eso, de luchar por cambiar eso, pero mi cuerpo no me responde, mi mente no despierta de su propia pesadilla. 

Y entonces, después de varios días así, llegan un par de días que la energía vuelve, que el cansancio desaparece y pienso que ya todo va a estar bien. Pero no. A veces creo que es mi propia mente burlándose de mí, haciéndome creer que lo estoy logrando para luego retroceder y recordarme que no, que estar bien no va a ser una opción porque autoboicotearme es lo que he aprendido a hacer, lo que conozco. Puta zona de confort, que en realidad no es confort, es el infierno tabicado con el miedo a no poder controlarlo todo si salgo de ahí, el miedo a estar bien y que luego todo se vuelva a torcer. Y yo hace tiempo que me negué a quedarme ahí para siempre.

Llevaba días en la zona de "loopings". Dando volteretas a través de mi estado de ánimo, pasando del llanto a la alegría en poco tiempo y a veces sin que exista razón aparente para ese cambio.

Había tenido unos días buenos hasta que las nubes volvieron, pero no le di importancia, era lo habitual;  lo ignoré hasta que (me) escuché y vi que las nubes, que suelen ser blancas o grises, se estaban oscureciendo cada vez más. Y entonces reconocí la cima de la subida. 

He pasado tantos años disociando para evitar ahogarme con mis emociones que ahora que he comenzado a trabajar en serio para recuperarme es como si todo cayese sobre mí de golpe. Siento que mi casa me ahoga, que la rabia me inunda y que todos mis sistemas de alerta me gritan que huya, que salga de este círculo tóxico para poder trabajar en mi recuperación. Porque si algo sé es que sanar implica dolor y enfrentarte a la tarea de sanar en un ambiente que es el causante de parte del problema, es agotador. 

Nunca he dicho que yo no tenga la culpa de nada, al contrario, me creía la culpable de todo, pero con ayuda empecé a ver que no era así, que yo soy responsable de mis decisiones, pero no responsable de las de los demás, y si esas decisiones ajenas me perjudican lo único que puedo hacer es gestionar ese daño de una forma sana. Y es precisamente esa gestión del daño que deben enseñarnos conforme vamos creciendo, la que a mí nadie me enseñó o, al menos, la que nadie me enseñó de forma sana. Y de eso... de eso no soy culpable, y entenderlo me produce rabia y la rabia hace que me sienta mal. ¿Y por qué? Porque la rabia no se controla, mientras que la culpa sí, y mis demonios quieren control.

Llevo días que noto que las lágrimas ya no son para aliviarme sino que se han vuelto amargas, llenas de autoreproches y críticas, llenas de defectos y de ideas que pensaba que había enterrado. 

Estoy justo ahí, en la bajada. A un paso de la oscuridad de la que tanto me costó salir, por la que tanto perdí. Y en mi mano está coger carrerilla y volar hasta el otro extremo de la montaña rusa, ese que va en línea recta y cuyos baches son salvables. Estoy tan cansada que temo que el salto no sea lo suficientemente grande y caiga. 

Y otra vez el miedo... El puto miedo.

Y a pesar de todo, voy a saltar y voy a dejarme caer. O, mejor dicho, tropezar.

Y en el tropiezo voy a poner distancia con este lugar, voy a darme ese descanso que tanto lleva mi cuerpo pidiendo, voy a llorar hasta que todo mi interior se limpie y las nubes negras se destiñan a grises... Voy a aceptar y tratar de abrazar mis demonios, rindiéndome a esta oscuridad sin tratar de luchar porque ya no tengo fuerzas, aunque mi mente me grite que no lo haga, que haciendo eso voy a caer tan hondo que no sabré encontrar el camino de vuelta. Voy a escuchar cada pensamiento negativo que me asalte, dejando que me invada de todas esas emociones que suelo reprimir, para después aceptarlo y reestructurarlo con el razonamiento. Y todo esto va a doler, pero ya no puedo seguir ignorándome, ya no tengo fuerzas para luchar, y eso no quiere decir que me esté rindiendo, sino que a veces es necesario perder el equilibrio para volver a encontrarlo. A veces es necesario parar y tropezar para evitar una caída hasta el infierno, por mucho miedo que me dé, por mucho que sepa que la enfermedad está lista para atraparme de nuevo y caer bien hondo.

Y, cuando el salto acabe, cuando esté a punto de rozar el suelo después de tropezar, las nubes dejarán entrar la luz y tendré la opción de volver a esa lucha que ya ni siquiera es lucha sino aprendizaje cuyo fin es la aceptación y amor a mí misma, la unión de todas esas partes de mí que tanto llevan enfrentadas y el fin de la enfermedad, o rendirme y seguir haciéndome daño. Y mi elección será agarrarme a la vida, incorporarme de nuevo con todo lo aprendido en ese salto para seguir sanando hasta lograrlo por completo, para que la próxima vez que la oscuridad venga (porque a todos nos asalta de vez en cuando) sí esté preparada y construya un puente que evite la caída, un puente que me dé la seguridad de que si tropiezo no seguiré cayendo y se hará más fácil levantarse. 

¿Puedo estar tan segura de saber qué opción escogeré? 

Lo estoy. Porque, aunque no esté preparada para enfrentarme a la caída, sí lo estoy para evitarla, ya no solo la parte enferma es la que habla en mí, sino que ahora también escucho otras partes, pedazos de mí que han aprendido, que han madurado y que me sostienen, evitando que el tropiezo se convierta en caída. 

Abrazos a todos y no olvidéis que sanar nunca es lineal pero que hasta las pequeñas cosas pueden ayudar, incluso este desahogo ha hecho que mi interior se calme un poco y que el frío retroceda.

Recordad: pudimos, podemos y podremos. 



jueves, 17 de septiembre de 2020

Débil

 No sé ser fuerte, por más que me empeñe. Alguien fuerte lo es en todos los sentidos pero yo no sé cómo serlo.

No siempre he tenido una personalidad tan quebradiza, pero ya no recuerdo apenas a mi yo del pasado que conquistaba montañas. Ese yo se lo entregué a la enfermedad y nunca ha vuelto. 

Ahora mismo mi mente es un caos que me dice que todo lo hago mal, que soy débil. Esa sensación de no poder seguirle el ritmo a la vida, a los que te dan vida, de estar siempre dos pasos por detrás.

Esa asquerosa sensación cuando tu cuerpo te recuerda que no está bien, que tiene más límites de los que dejas ver y que da igual los planes, que vas a tener que poner "peros" y hacer que otros se adapten, sintiéndote culpable por ello.

Estoy llena de miedos y de defectos, lo sé, pero no lo acepto, me niego a ser así siempre. Y en eso dicen que está la clave, en intentarlo día a día. 

He llorado tanto que ya perdí la cuenta. Y es que la depresión aparece cuando menos lo esperas, como si hubiese estado acechando tras las risas para asomar y pillarte por sorpresa, para que veas que sigue contigo. 

He pasado unos días buenos y, sin previo aviso, llegan las lágrimas, llega el malestar y la oscuridad y no he podido retenerlos. Queda mucho trabajo por hacer y voy a seguir en el camino, eso no lo he dudado en ningún momento, pero a veces necesito caer para volver a encontrar el equilibrio, a veces necesito un abrazo de esos que mantienen todas las piezas que te forman en su sitio, que son hogar.

A veces el enfado conmigo misma por haberme hecho tanto daño es tan grande que solo quiero gritar, aunque de nada sirve.

A veces cuesta ver la luz, pero está.

Un abrazo a todos los que lo necesitáis, a todos los que seguís tratando de amaros y de dejar de luchar contra vosotros mismos.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Comienzos [fragmento].

 [Sus ojos, cargados de asco y desprecio, le devolvían la mirada a través del espejo mientras contemplaba su cuerpo desnudo, sus estrías, sus cicatrices, su flacided... todo lo que siempre había odiado. ¿Cómo alguien iba a poder mirar aquello y sentir deseo? ¿Quién podría amar a alguien como ella? Preguntas que se repetían una y otra vez en su cabeza, como una música de fondo que trataba de ignorar pero que, a veces, se convertía en la melodía principal, recordándole que sus fantasmas seguían ahí y que por mucho que corriese no iba a dejarlos atrás. Las lágrimas ya rodaban por sus mejillas, calientes y saladas, pese a que ella se sentía helada; su eterno ritual de ahuyentar a los fantasmas mediante el dolor pugnando por ser realizado y ella, deseosa de que esos sentimientos desapareciesen, posó la mano en su estómago, dispuesta a arañarse hasta sentir otra cosa, lo que fuese, pero en el último instante se detuvo, recordando las palabras del psicólogo: "¿y si la próxima vez pruebas a sentir amor?". Dudó, pero necesitaba hacer algo desesperadamente o caería en lo profundo de su depresión, estaba segura, así que en vez de procurarse una salida mediante el dolor, se abrazó a sí misma, con fuerza, como si de esa manera pudiera mantenerse unida a sí misma, con la sensación de que si se soltaba se rompería en mil pedazos imposibles de rearmar. 

Y algo diferente ocurrió.

Su niña interior, esa parte de ella que permanecía escondida en el fondo de su ser por miedo a ser dañada más veces, acudió a su abrazo y se fundió con ella, uniéndose por primera vez. Las lágrimas manaron con más fuerza pero esta vez fue como una catarsis que entibiaba su cuerpo a su paso, hasta sentirse viva y en calma. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentirse amada por ella misma, una sensación nueva y reconfortante. Tenía miedo de abrir los ojos y que todo desapareciese, pero no fue así; todo ese amor seguía ahí, como un escudo protector que impedía que todo ese desprecio la envolviese, sustituyéndolo por aceptación.

Poco a poco fue soltando su abrazo, dándose las gracias a sí misma, tal como le habían enseñado. Al terminar, todo estaba tranquilo, ella seguía en calma, mirándose con nuevos ojos. Había ganado la batalla, los fantasmas se habían alejado, pero seguían ahí, esperando; y ella sabía que volverían pero ahora también sabía cómo ahuyentarlos sin lastimarse a sí misma una vez más. No era ingenua, sabía que esos fantasmas eran el producto de su propio boicoteo, un sabotaje que siempre se causaba cuando sentía que todo iba bien, una forma de volver a la zona de confort en que se había convertido la enfermedad. Hacía un tiempo que la resignación había sido sustituida por el enfado, una emoción que le ayudaba a lidiar mejor con esa parte suya tan dañina y que le había hecho despertar y querer salir de todo eso con más ganas. Pero todavía había muchas veces que tropezaba y la tristeza la invadía, las lágrimas le ayudaban a limpiarse de todo ese negativismo que la envolvía y acababa de aprender a aceptarlas, por mucho que las odiase. Odiar... algo muy presente en su vida hasta ahora; hoy había descubierto cómo desestabilizar al odio, había visto como desaparecía a causa de un nuevo sentimiento: el amor hacia sí misma, el primer paso para poder aceptar que merecía ser amada y que, de hecho, ya lo era, por mucho que su parte enferma tratase de sabotear todo eso. Sabía que había gente que la amaba y que estaban esperando a que ella se recuperase, pero también sabía que para eso tenía que aprender a quererse a sí misma, y hoy, había comenzado a hacerlo.

Era un avance, un pequeño paso en el camino por ganar la guerra que luchaba contra sí misma, contra la enfermedad que amenazaba con arrastrarla y a la que ella se resistía con todas sus fuerzas. Era una lucha contra sus creencias, su inseguridad, su personalidad... en definitiva: contra su propia mente.

Y estaba dispuesta a ganar, había elegido la parte difícil, la que significaba batallar, pero el premio era su felicidad, su salud mental, algo que ahora sabía que nunca había logrado verdaderamente, pero que con cada paso, por pequeño que fuese, sentía más cerca. Se dio la vuelta, dejando atrás su reflejo y sintiendo el amago de una sonrisa en sus labios mientras se repetía lo que ya se había convertido en su mantra:

"Eres perfectamente imperfecta... pudiste, puedes y podrás.]


Cómo sentir amor hacia uno mismo y hacia los demás | MACHE blog


**Derechos de autor**

**Imagen de Sunshine Pics - Fotolia.com**


martes, 4 de agosto de 2020

Verano Covid

Parece que fue ayer cuando saltó la noticia de que el coronavirus había llegado y, sin embargo, ya va casi medio año, apenas un suspiro en el tiempo. 
No puedo evitar pensar en el sufrimiento de muchas personas que han visto su vida trastocada de la noche a la mañana por un virus, un virus que solo podemos parar entre todos... y aún así lo hacemos mal.
¿La mascarilla te molesta? A todos nos molesta, pero prefiero eso al respirador de la UCI. 
Creo que una de las cosas más duras ha sido estar separada de mi pareja, y aún así soy consciente de la suerte que tengo, de que soy afortunada porque mis seres queridos están bien. 
Está siendo un verano diferente, un verano en el que echo de menos poder pasear y tomar algo sin ningún temor, quedar con la gente y abrazar a mis amigos. Extraño la playa, los viajes, las escapadas de un día sin restricciones. Extraño lo que antes tenía y no era consciente de su valor.
Esta pandemia ha sido dura en más de un sentido, sobre todo a la hora de convivir conmigo misma. Me cuesta salir de casa siempre, aunque parezca que no, pero es una forma de ahuyentar mis demonios, porque sé que si me encierro durante varios días después solo voy a querer seguir en casa. Es algo que noto en mi ánimo, en ese cansancio que se instala en mí invitándome a quedarme en la cama... Y la cuarentena ha hecho que evitar esto y no dejarme llevar por mis demonios sea una lucha agotadora
Todos lo hemos pasado mal.
Después de tanto tiempo sin escribir, solo quería deciros que espero que estéis bien, que un día más es un día menos para que acabe esto y que no olvidéis poneros la mascarilla y mantener la distancia ❤️

domingo, 10 de mayo de 2020

Doce años en las estrellas.

Miro el calendario y viajo mentalmente 12 años atrás, recordando ese día y dándome cuenta de que apenas recuerdo el sonido de tu voz pero sí tus rasgos y tus gestos, esa sonrisa ladeada y esa forma tan tuya de enlazar tu brazo con el mío para caminar juntas.
Hoy ya no camino junto a ti pero eso no significa que te haya olvidado, no, eso es algo que nunca pasará porque te guardo bien protegida en mi corazón, tratando de recordar solo lo bueno.
Y un año más quisiera decirte tantas cosas... Pero si algo me gustaría es poder abrazarte de nuevo y que me digas que todo va a ir bien mientras siga creyendo en mí. A veces se hace muy difícil seguir pero como tú decías rendirse no es una opción.
He empezado a salir a correr por las mañanas y he visto las flores en pleno esplendor primaveral, las amapolas que tanto te gustaban y esas chiquititas moradas de las que nunca recuerdo su nombre.
Otro año más ha pasado y aquí sigo, mirando tu estrella e imaginando que desde ahí me ves con esa calma que siempre te acompañaba y que servía de contención a mi impulsividad.
Están aflorando muchos recuerdos mientras te escribo y me hacen sonreír, ya no duelen, al igual que tu ausencia ya no es ese dolor desgarrador sino una punzada que me recuerda que te sigo echando de menos a pesar del tiempo.
Quisiera tus consejos, tu mano agarrando la mía y diciendo que si al final no sale bien al menos trataremos de tomarlo con humor, ese humor que ya no encuentro en mí, como tantas otras cosas... Y eso me hace preguntarme qué pensarías de mí al ver tanto cambio y que muchos de esos cambios ni siquiera me gustan y por eso trato de modificarlos.
Echo de menos poder decirte todos esos pensamientos que pasan por mi cabeza y que a veces son tóxicos y trato de ahogarlos en el fondo de mi mente; tú lo hubieses entendido, lo sé.
Todavía sueño con esa habitación en llamas en la que te trato de alcanzar y no puedo, en la que cuando vas a hablar me despierto llena de angustia por no saber qué quieres decir. Y sí, sé que es un sueño pero te veo y, en ocasiones, sueño con nosotras sentadas envueltas por las llamas mientras me transmites una paz que a veces me cuesta encontrar.
Son 12 años ya, demasiados días de luchar y de desgastar mis energías, pero aquí sigo, como prometí, y aquí seguiré, hasta el día que nos volvamos a encontrar.


Te quiero, mi pequeña estrella 🤍

martes, 21 de abril de 2020

Abrazo mi cuerpo mientras el agua de la ducha cae sobre mí, llevándose las lágrimas que caen sin cesar, dejando un reguero de calma a su paso. Es complicado: por un lado los días pasan rápidos y por otro el tiempo de cuarentena se torna eterno mientras veo todos los planes, todos lo proyectos, pasando junto a mí sin detenerse. Mientras la necesidad de estar a su lado amenaza con ahogarme; necesito tanto sus (a)brazos...
Está siendo duro, más de lo que me imaginé, convivir con ese monstruo llamado pasado que se burla diciéndome que, por mucho que corra, siempre me alcanzará. Pensamientos que no son míos y a la vez lo son, oscuros, dañinos, llenos de miedo.
Miedo. Esa es la sensación. Siempre presente, siempre al acecho... Miedo por un pasado lleno de errores, un presente que se tambalea a causa de esos errores y un futuro incierto. Y saber que la culpa es mía.
Continuo abrazando mi cuerpo, acariciando mi mente, pidiéndome perdón por todas las veces que actué contra mí misma, por todo el dolor causado, todas las somatizaciones que torturan a mi cuerpo a la mínima... Me abrazo y me felicito por seguir en pie, por luchar contra esos monstruos que forman parte de mí, esos demonios que conforman mi infierno personal y que desde que empecé a luchar con más fuerza que nunca, sabiendo que era mi última oportunidad, se aferran a mí, tratando de quedarse y que me pierda a mí misma; pero sé que no podrán, no puedo ni quiero permitirlo, no puedo (ni quiero) seguir viviendo con miedo.
Y me permito llorar, aliviar ese nudo, esa sensación de desbordamiento, entrar en calor después de sentirme helada por dentro, me permito sentir todo de golpe, sin barreras, sin luchar, en un momento de intimidad y vulnerabilidad máximas conmigo misma. Sí, vulnerabilidad, porque todas las barreras han caído.
Amaia Montero está sonando, Beret como próxima canción en modo aleatorio... me hacen sentir mejor, me reconfortan entre el bramido del agua que sale por la alcachofa de la ducha a una temperatura lo suficientemente alta como para relajar mi cuerpo entero.
Finalmente dejo que del agua fría caiga sobre mí, recordándome que es hora de volver a mi lucha particular, de respirar hondo, abrazar la calma y salir al mundo dándole una patada a esos miedos y diciéndome que llegará pronto ese reencuentro, que todo irá bien... porque no puedo concebir el resultado contrario, no quiero, quiero ganar esta lucha de una vez, que ganemos ese ansiado "todo está bien, sin tambalearse, seguro y fuerte".
Salgo de la ducha, limpiando el vaho del espejo mientras me envuelvo en una toalla y (me) sonrío; no es la mejor sonrisa pero es un avance y tengo confianza en que pronto las lágrimas dejen de ser una constante y lo sea la risa. Cada vez más cerca, cada vez con más esperanza en alejarme del borde del precipicio y abrazar la paz conmigo misma. Cada vez más cerca de perdonarme y amarme sin reservas, pero de momento toca (re)construirse.

Espero que todos vosotros y vuestro entorno estéis bien, ya sabéis que me tenéis a un silbido (o mail) de distancia.

Hasta la próxima y recordad que os leo en el correo del blog.
                                     ❤️


viernes, 10 de abril de 2020

Estados de identidad

En psicología del desarrollo he aprendido las etapas por las cuales se pasa para llegar al logro de la identidad según Marcia; en ellas se dice que para alcanzar el logro de la identidad debe haber crisis, y esa crisis llevarte al compromiso. Normalmente estas etapas ocurren durante la adolescencia, pero hasta ahora yo estaba en lo que se llama etapa de la difusión de la identidad: sin crisis, ni compromiso.
Mi mente ha estado dormida muchos años, en una pausa en la que nada se cuestionaba, nada invitaba a reflexión y la curiosidad por el mundo en el que vivo y todo aquello que lo compone apenas tenía cabida en mis pensamientos... ¿Nada se cuestionaba? Nada, excepto yo y el no ser lo suficientemente buena. ¿Buena para qué? No lo sé, aún no lo sé. En el último mes siento que mi mente ha despertado a la vida, cuestionándolo todo, planteándose cosas que nunca imaginó, reflexionando y entendiendo; es como una especie de sed de saber, de necesidad de entender lo que antes simplemente memorizaba o dejaba estar sin hacer el esfuerzo de comprenderlo, de curiosear acerca de todo lo que me rodea y ponerme a prueba. Es como si hubiese pasado fugazmente por la etapa de exclusión, en la que hay compromiso pero no crisis, en la que sentía esas ansias pero no las dejaba florecer, para desembocar inmediatamente en la etapa de moratoria, en la que no hay compromiso pero sí crisis, aunque ese compromiso sigue ahí latente, esperando una reevaluación y, de ser necesaria, una reconstrucción de mis prioridades, de mis ideas y, porqué no, de mis valores, para después comprometerme conmigo misma, con esa identidad hecha a mi medida, moldeada y querida por mí; estoy en esa especie de "crisis" que me llevará hacia ese ansiado compromiso y a lograr la etapa final, el logro de la identidad.
No todo el mundo pasa por todas las etapas, algunos simplemente se quedan en una de ellas o directamente adquieren el logro de su identidad, esa etapa "ideal" que nos ayuda a definirnos como personas y a labrar nuestro futuro sabiendo quiénes somos y qué queremos. Puede que ni yo misma esté pasando por ninguna etapa y simplemente desvaríe... aunque estoy segura de que algo en mí está cambiando, un cambio necesario y anhelado durante mucho tiempo. Ya no soy una adolescente pero ¡más vale tarde que nunca!

martes, 31 de marzo de 2020

Abuela.

El día 24 de marzo fue tu cumpleaños abuela,
para mí todavía lo es,
a pesar de que hace cuatro años que no soplas las velas con nosotros.
Se me está haciendo un poco cuesta arriba este año, ¿sabes?
Me he perdido unas cuántas veces
en mis propios pasos
y desconozco el camino de vuelta a casa,
pues ninguno me llevará a tus (a)brazos.
Echo en falta nuestras conversaciones
hablando de todo y de nada,
donde tus arrugas me enseñaban
que la ignorancia y la mala memoria
eran sinónimos de la felicidad.
Tú siempre tan confiada,
rezando cada noche
porque la sociedad
se volviese al menos un cuarto
de lo generosa que eras tú.
Imposible olvidar esos ojos azules,
capaces de brillar al verme en la otra acera,
a un abrazo de distancia
y con el semáforo de los problemas en rojo.
Dicen tus hijos que te quieren,
ya sabes que él nunca fue de expresar sentimientos, ni emociones;
ella lo hace por ambos.
Ellos no le temen a la muerte,
ahora lo entiendo todo,
es mucho más jodido vivir sin ti
que pensar en todo aquello que hay después,
y no sabemos.
Créeme,
me arrepiento de no haberme quedado
esos 5 minutos más que me pedías.
Sé que eras feliz sujetando mis manos frías,
confiando en cada paso que daba.
Me bastaba con tu risa silenciosa,
un helado de chocolate compartido
y unos caramelos de anís
para sentirme a salvo.
Eras de las pocas que creía en la eternidad,
bonita palabra que deja entrever tu ausencia.
Los ángeles se me adelantaron, y llamaron a tu puerta antes de tiempo, sin avisar,
y aquí estoy, escribiendo, sin fuerzas,
vaciándome por dentro,
queriéndote dar una sorpresa más.
Mi presente sigue nublado y las lágrimas siguen cayendo, impidiéndome a veces ver el futuro
que siempre había soñado (a tu lado).
Dicen que el futuro no existe, tampoco lo entiendo (o quizás sí) pero me desangra continuar cada verso sabiendo que no habrá un mañana para volver a verte.
Ojalá algún día empiece a valorarme
y a ver en mí,
Todo aquello que reflejaba tu sonrisa cada vez que me mirabas, cada vez que me mencionabas.
Ojalá estés ahí arriba para verlo,
para verme,
y sonreír por las dos.

Sigue brillando yaya,
te quiero y te adoro (con alpargatas y todo).

[Texto adaptado de un original de Lara Jurado]
[Créditos de la imagen a quién corresponda]

miércoles, 11 de marzo de 2020

Monstruos.

Miedo.
Llevo mucho tiempo sintiendo miedo por todo, a cada momento: por mi salud, por quedarme sola, por no saber seguir... Por perderlo todo.
Pero también me he dado cuenta de la función de ese miedo: protegerme, aunque de una manera tóxica para mí. Siento que es la forma en que mi mente trata de evitar los cambios, de evitar que algo escape a su control y pueda salir mal, y así solo consigo el resultado que más temo, el fracaso absoluto.
En el afán que yo misma tengo por protegerme con ese miedo, también aparece el temor a que todo vaya bien y por ello soy experta en autoboicotearme. ¿Para qué darme permiso para sentirme bien si luego puedo caer? Ahora estoy en el hoyo y me he acostumbrado a esta mierda, pero mi miedo es salir a la luz, sentir la plena felicidad, creer que todo va bien y que, de repente, todo cambie y vuelva a tropezar y a caer por este precipicio tan familiar. Llevo mucho tiempo luchando y ya no voy a hacerlo más; no, no es que me haya rendido, ni mucho menos, es solo que he llegado a la conclusión de que la solución no es luchar conmigo misma sino aceptar esa parte de mí y averiguar cómo desterrar esos miedos. No se trata de una guerra contra mi parte enferma, sino de aprender que forma parte de lo que soy y cambiar lo que no me guste usando el autocuidado y el respeto por mí. Acabo de empezar una terapia nueva y siento que es la última. Sí, sé que siempre he dicho eso pero tenía la creencia de que había más oportunidades, ahora sé que no es así, que o cambio ya o no avanzaré hacia la luz.
No me rindo, a pesar de no saber cómo lidiar con mi propio infierno, tengo la motivación y la fuerza necesarias para salir victoriosa, incluso aunque ahora mismo no lo crea, sé que acabaré haciéndolo.

Porque pude, puedo y podré.
Y sé que tú también. ❤️

sábado, 7 de marzo de 2020

Extraña.

A veces siento que mi mente tiene algún fallo, o tal vez sea mi cerebro, no lo sé. A veces siento que una parte de mí está encerrada bajo siete llaves, prisionera de otra parte, vaya liada. A veces no sé cómo funciono, simplemente me invaden sentimientos de desesperanza de los que necesito distraerme a toda costa, es como si fuese ruido y necesitase ahogarlo con música a todo volumen.
A veces no me siento yo, aunque sea yo y el problema sea otro.
A veces... No sé.

lunes, 2 de marzo de 2020

Rara.

Eres rara.
Ríes por nada, lloras por todo.
Caes profundo y siempre vuelves de algún modo.
No hay tormenta que te saque las ganas de bailar, aunque a veces necesites alejarte y romperte en mil pedazos que a la mañana siguiente reconstruyes con fuerzas renovadas.
Ni rota dejas de amar, ni loca paras de soñar.
Ni en la más absoluta oscuridad dejas de avanzar, de luchar.
Y eso te hace brillar.

martes, 18 de febrero de 2020

Llamas.

Llamas, llamas, sólo veo llamas. En mi cabeza hay un incendio y no lo puedo apagar; no consume, pero arde. Dulces, hermosas y serpenteantes llamas que me tapan, que me ocultan lo que sea que haya detrás. Probablemente haya un valle precioso, calmado y edulcoradamente utópico. Pero yo solo veo llamas. Quiero estallar, quiero avivar ese fuego, no puedo evitarlo, no muere nunca. Está ahí, y sigue quemando. Qué cálida sensación, en el fondo me reconforta, me hace sentir que sigo viva, y me toca con un cariño doloroso que en el fondo me fascina. Me confunde y me fascina, sube mi adrenalina y todos mis pensamientos estallan. Fuego, mi querido fuego, mi inseparable compañero, temo el día que dejes de nublarme y a la vez lo ansío porque no sé qué me espera detrás de tus llamas ni si lo sabré manejar...

jueves, 6 de febrero de 2020

Eres tú [Paula Marín]

Eres tú siempre, aunque a veces no te gustes. Aunque a veces, cueste mirarse y reconocerse, por el paso de los años...

y los daños.

Eres tú siempre, aunque a veces te avergüences.

Aunque no te entiendas, aunque dejes de quererte, aunque no sepas de qué habla el tipo ese que no cierra la puta boca en tu cabeza.

Es verdad que ahora, está todo un poco roto...

Y es difícil entre tanto escombro encontrar los pedazos para volver a montarte. No es buena época y lo de verte vulnerable te hace sentirte débil, pero te prometo que desde aquí se te sigue notando aquello que crees que has perdido.

Lo sigues teniendo, porque es tuyo.

Estás en reformas, y hay que aceptar que las crisis desatan un caos que a veces sentimos incontrolable, pero escucha... tú vienes de guerras perdidas que han dejado en tu piel las cicatrices que hoy te recuerdan que sigues vivo.

Que sigues viva.

Y llevas en el pecho las medallas de las guerras ganadas que laten con fuerza cada vez que sientes la autenticidad de tu sonrisa... De quién eres... De quién sigues siendo...

Porque no ha sido fácil... Pero es lo que ha sido.

Y vas a volver de nuevo, lo sé, aunque ahora no lo veas con tanta piedra en tu mochila.

Tómate tu tiempo...y recoloca el universo que parece que se ha caído...

Que alguna estrella, se acabará encendiendo.




jueves, 30 de enero de 2020

Hablemos de depresión, por Paula Marín.

Hablemos de depresión.

Hablemos de no poder dormir por la noche, de despertarte mil veces, de no parar de dormir.

Hablemos de no tener hambre o no dejar de comer, de adelgazar 10 kilos o ganarlos.

Hablemos de ir a dar una vuelta y que la vuelta te la den a ti.

Hablemos de no coger el teléfono, no salir de casa y no querer hablar con nadie

Hablemos de dejar las clases de inglés, el gimnasio y las noches con los colegas.

Hablemos del sonido de la alarma en los oídos cuando toca ir a currar.

Hablemos de nudo en el estómago, en la garganta, de las ganas de llorar. Del no dejar de hacerlo. Del no poder hacerlo.

Hablemos del sentirte inútil, del sentir que no te quieren, de sentir que has perdido hasta la capacidad de querer

Hablemos del asco infinito hacia cualquier cosa o persona, y de la culpa, de la puta culpa, que lo mancha todo.

Hablemos del esfuerzo que supone ir a la ducha, o pensar en qué ropa vas a ponerte.

Hablemos del pijama debajo del chaquetón cuando vas a comprar una lata de comida porque pensar en cocinar te desborda.

Hablemos del no mirarte al espejo para no sentir todo lo que no te amas.

Hablemos del túnel. Del jodido túnel en el que estás metido desde hace unos meses y en el que no ves salida.

Hablemos de no querer follar y de que solo la idea te produzca rechazo.

Hablemos de la soledad estando solo, y estando rodeado de gente.

Hablemos del no me apetece, no tengo ganas.

Del no quiero... Pero sobre todo del no puedo...

Hablemos de que no lo entienda ni dios, de que
digan que tienes cuento, que vas de víctima o que te lo inventas.

Hablemos del "no te rayes", del "anímate" del "solo es un bache"

Hablemos de depresión.

Y hablemos de soluciones. De información, de prevención, de comprensión, de ayuda, de apoyo, de medios, de recursos, de terapia, de recuperación, de salidas.

Porque las hay. Claro que las hay.

Y mientras no hablemos de depresión, no podremos hablar de salir de ella.

Así que, hablemos de depresión.

miércoles, 29 de enero de 2020

Todo lo que guardas.

Todo lo que guardas, acaba explotando. Palabras no dichas, llamadas perdidas, escenas que solo se dan en tu cabecita, pero que nunca pasan a la acción real.

Todo lo que guardas, no se difumina. No desaparece. No se evapora. No muere, sino que te va matando. Poquito a poco, eso sí, para que no te des casi cuenta, y cuando llegue el momento, no sepas salir del bote de cristal en el que te has estado metiendo todo este tiempo.

Lloras a escondidas, porque crees que a nadie le importa, y sigues viviendo eso que los demás parecen disfrutar, pero que te duele tanto, que cada mañana al levantarte lo primero que te viene a la cabeza es, joder! Otro puto día más. Otro esfuerzo por levantarme de la cama. Otro deseo de que se haga ya de noche para poder dormir porque así, siento que no existo. Y deja de doler un poco.

Y así se van acumulando días, semanas y meses, y guardas el tipo de cara a la galería, no vayan a pensar que tú también eres humano, que tú tambien sufres, que eres de carne, hueso, sangre y lágrimas. No vayan a pensar... siempre, los demás. Porque tú, vales menos. Eres lo último. Y no es importante.

Cuánto tiempo más vas a aguantar tú solo. Tú sola.

Cuánto tiempo más vas a aguantar hasta que revientes y lo manches todo del color que tienen tus fantasmas...

Cuánto tiempo más.

[Paula Marín]


sábado, 25 de enero de 2020

Se lanzó.

Sabía que iba a caer. Lo sabía. Porque esas cosas, a veces, se saben. Y ella tenía la capacidad de intuir las hostias antes de dárselas

Al menos algunas.

Sabía que iba a doler. Lo sabía. Como ya le había dolido otras veces. Y sabía que le tocaría pasar un duelo, bañarse en angustia y secarse en tristeza un tiempo, y que luego, volvería a estar bien.

Sabía que no iba a ser eterno porque aprendió que todo tenía fecha de caducidad y que había cosas que por mucho que una quisiera y pusiera de su parte, no estaban bajo su control.

Como también sabía que el tiempo que durase iba a ser una jodida maravilla, hasta que algo, o alguien, diera ese puñetazo en la mesa que lo rompería todo

Y aún así, se lanzó.

Y se lanzó muerta de miedo, con mil inseguridades y con millones de alertas.
P
se lanzó.

Sabiendo que a esa velocidad no quedaba otra que estrellarse, que hacerse añicos y que sufrir.

Sabía que pasaría.

Le dicen que por qué pisó el acelerador aún viendo el muro de frente. Ella, sonríe, porque aunque tenga aún heridas que está tratando de sanar, tiene también un saco de recuerdos que no cambiaría por nada.

Fui feliz, responde. Y quise hacerlo.

Sabe que puede con esto, y que podrá con lo siguiente. Como fue pudiendo siempre.

Y sabe que aunque quisiera ir despacio, aunque pudiera ir despacio, no quiere.
Hace años que se dio cuenta de que prefería tener el cuerpo lleno de cicatrices antes que no tener nada que contar.

Y ella, es así y no quiere cambiar.

Porque aunque se llene de miedo, también lo hace de otras cosas que la hacen sentir viva.

Porque ya murió varias veces, hace tiempo, sin atreverse a vivir.

[Paula Marín]


jueves, 23 de enero de 2020

@PaulaMarín (psicóloga).

Está sentada entre escombros.

Una vez más, la vida, ha derrumbado su mundo de un hostiazo que no se esperaba.

Una vez más, se sienta entre piedras que no sabe dónde iban.

Una vez más, toca empezar de cero.

Hoy va a dedicarse a llorar. Se lo merece. Se merece soltar lastre y gritar desde dentro lo puto injusto que es todo. Hoy, no quiere ver a nadie y quiere revolcarse en la mierda. Y permitirse ser vulnerable y pequeña, y abrazar la tristeza que sin quererla llamar vino.

Mañana, pensará un plan para empezar a ser fuerte. Mirará el desastre que la rodea y buscará maneras de darle cierto orden, dentro del caos que es ella. Valorará estrategias para poder montar algún castillo. Y construirá soldados que protejan lo que hoy tiene destrozado.

Y saldrá, dentro de un tiempo, con esa sonrisa. Con más cicatrices, pero también menos peso. Saldrá y se comerá el mundo, de nuevo.

Pero hoy, toca quedarse a llorar en los lugares rotos.

Para poder volver de ellos, sin piedras en los bolsillos.