sábado, 12 de diciembre de 2015

Ella.

Nos habían advertido de que iba a ser duro, pero nunca imaginé cuánto. Nunca imaginé que me costaría tanto esfuerzo poner una sonrisa cada mañana, antes de verte, para decirte una de esas frases que a ti tanto te gustan, que suenan a positivismo en esencia o simplemente darte un beso y decirte ¡Buenos días princesa! Pero luego, depende de cómo estés mi sonrisa se borra o, si estás bien, un suspiro de alivio se abre paso hasta mis labios y tarareo mientras te preparo el desayuno para dártelo entre bromas, contándote mis planes...
Y cuando al fin me voy, paso el día pensando en cómo estarás, tratando de regresar al mediodía y verte descansar, pendiente de tu respiración fatigada, del mínimo gesto de dolor; sabiendo que aunque a todos les digas que no quieres merendar, si te lo doy yo, comerás, porque dices que conmigo se te va el dolor sin las pastillas. Es por eso que cambiaré mis planes las veces que haga falta para estar a tu lado, para hacerte más amena esta enfermedad.
Y cuando llega la noche, sabes que estoy agotada pero también deberías saber que para ti siempre tengo tiempo; para sentarme y contarte mi día, para darte un dulce con paciencia y para arroparte...
Y a la mañana siguiente será otra vez lo mismo pero para mí es un placer acompañarte, porque lo que no soporto es ver dolor en esos ojos que me evocan el cielo en un día de verano...
Te quiero, yaya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario