Un día me dije, si decides ser un águila vuela lo más alto posible, pero si decides ser un gusano, no grites cuando te pisen.
Sé que todos tenemos un tatuaje,
o muchos,
que definen nuestro pasado,
y el presente.
Por eso, cada día que nos
levantamos, mantenemos
la boca cerrada esperando
que algún día esta piel
que tanto aguanta desgarres,
heridas, cicatrices y clavadas de tinta,
pueda darnos alguna señal.
Tengo tantos tatuajes como cicatrices en cuerpo
que te va a costar saber
cuál es cada cosa.
Eso siempre me dicen.
También tengo estrías,
de adelgazar rápido,
o de engordar a lo bestia.
Será que nuestra mente hace mucho mal a nuestro cuerpo.
¿Hay algún momento en tu vida
en el que tengas la mente en blanco?
Indudablemente, la respuesta es un no rotundo,
subrayado y en mayúscula.
Nuestra mente se apodera de nosotros
por algo que en nuestro pasado nos ha marcado
y está constantemente recordando todo.
Lo bueno y lo malo;
solo que lo malo se plasma en la sangre
y circula hasta llegar al corazón
y, de ahí, al dolor.
Pero, en el fondo, sé que cuando
te miras al espejo y quieres
a la persona que se refleja detrás,
te veo invencible.
No quería decírtelo.
De verdad.
No quería ser yo quién te lo diga.
Quería que tú lo vieras.
Que lo huelas.
Que lo sientas.
Que lo vivas.
Que vivas.
Y no dejar que ni tu mente,
ni la puta vida,
te viva.
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