jueves, 12 de mayo de 2016

Niños [mpelmmc]

Pago con la tarjeta bus de aquí, de Zaragoza en el veinticuatro, y me preparo para otra jornada más de mi vida.

Hoy tengo suerte. Mi asiento favorito, el de delante con vistas frontales a la carretera está vacío. Me encanta ver el paisaje y estudiar cómo funciona la carreta. Sé que sólo tengo doce años, pero de mayor quiero conducir un coche y este quizá sea una especie de primer paso para familiarizarme, siempre mirando hacia delante.

Pero otro sentimiento, mucho más fuerte que el de querer conducir se apodera de mí, y nubla mi vista. Mi cabeza baja y sale una lágrima.

No sé por qué me sorprendo. Como siempre, hoy mi día no va a ser bueno. Me miro la ropa que llevo: una camiseta amarilla fosforito, con una sudadera y pantalones, uniforme de educación física que me señala dónde voy a ir al salir del autobús.

Al salir de este, voy con un pañuelo preparado por si a otra lágrima se le ocurre salir a lo que me gusta llamar mi infierno personal. A partir del camino del autobús al colegio no puedo mostrar ningún signo de debilidad hasta que lo vuelva a coger de vuelta. Me lo prohíbo todos los días, y para qué mentir, me suele salir bien.

Ya en clase, a primera hora, lo de siempre. Nadie me dirige la palabra y llegan los profesores. Realmente lo prefiero antes que los insultos y los pinchazos: cuando se aburren los de atrás, suelen sacar el compás y hacer algún orificio en la espalda. Ellos se aseguran de que sea un lugar donde no llego para que no pueda tapármelo.

Aunque por ahora no hay nada raro. Las tres primeras horas acaban y eso significa que podemos ir al recreo, o bueno, que puedo seguir estando sólo, pero ahora al aire libre.

Pero aquí se tuerce todo el asunto. Lo que me ocurre sé que lo va a agravar todo a partir de hoy. Miguel, el hijo del director, parece que tiene ganas de guerra. Baja las escaleras del comedor hasta el patio y me localiza con su mirada. Se dirige hacia mí, aunque yo realmente estoy pensando que sudará de mi cuerpo, como hacen todos, pero no. Hoy quiere pegar a alguien, y para qué mentir: pegarle a alguien como yo, indefenso, sin amigos, es la mejor opción.

Cuando llega a mí, me empuja contra el suelo, lo que origina que me dé con toda en seco contra el suelo de cemento poco cuidado, en una acción que en un futuro descubriré que podía haberme dejado tetrapléjico.

Con prácticamente todo mi curso mirándome, incisa varios golpes sobre mi estómago y sobre la cara. Estoy totalmente indefenso. Está encima de mí y sus rodillas sujetan mis brazos, indefensos. Trato de escapar por todas las vías posibles, y no sé qué me lo impediría más: sus piernas sobre mis articulaciones o el corro de gente alrededor.

Cuando acaba la paliza, y todo el mundo me mira sin cesar, las lágrimas reprimidas antes salen. Muestro mi debilidad, y quizá me arrepiento, o quizá no. Estoy abrumado y voy corriendo al baño, a eso, a llorar.

¿Tan difícil era respetarme? ¿Tan mal les caía a todos? Y sobre todo. ¿Por qué los niños?

[Esta historia está basada en hechos reales vividos por mí, mpelmmc.]

7 comentarios:

  1. Woa ha dado señales de vida!! Holitaaaa!! Por cierto, has pensado en coger una katana y hacer justicia? Yo tengo una en casa, puedo ayudarte.. El mundo estará mejor sin esa escoria apestosa! Ah y entiendo lo que debiste de sentir, por desgracia pero la suerte es que tarde o temprano se supera

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    1. Hola Justiciero. No estaría nada mal aunque en mi cabeza les han pasado cosas mucho peores ;P

      Muchas gracias!!

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  2. Podemos fundar algo tipo los vengadores y hacer justicia de las pandillas de hijos de puta que nos jodieron la existencia!

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  3. Cuántas veces os he dicho que las cosas no se solucionan así, que la violencia no es la soluc... Cuándo decís que vamos a exterminar gentuza??
    Me alegra verte por estos lares, mpelmmc ;-)

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