viernes, 11 de febrero de 2022

Mi monstruo y yo

Otra vez aparece. De esas múltiples maneras en las que lo hace.

A veces es una voz, a veces es una sensación que me provoca escalofríos... O a veces es un pensamiento que me susurra la palabra 'fracaso'.

Otras veces se disfraza de culpa, o de vergüenza. La mayoría se viste de miedo, pero otras veces cambia de ropa. Le gusta mucho el traje de la tristeza.

Nunca se viste de sonrisa. Ni de tranquilidad. Ni de seguridad.

Antes intentaba escapar cuando notaba que me perseguía. Y me escondía en aquellas cosas que me hacían olvidar su presencia.

Y hacía cualquier cosa para evitar oír su voz. No comía, me cortaba, vomitaba, me volvía desconfiada, me obsesionaba con cualquier gilipollez... Me enganchaba de cualquier persona o cosa que me hiciese daño, solo para poder sentir algo intenso que evitase que pudiera escuchar al monstruo.

Porque lo que me decía me asustaba tanto, que prefería cualquier otro sufrimiento al sentir su presencia.

Y huía, claro que huía. Porque fue lo que aprendí a hacer y nadie me había enseñado que podían existir otras opciones.

Hoy me sigue asustando el sonido de sus pasos acercándose. Pero comprendí que no se iba a ir hasta que me parase y le mirase. Hasta que le dejase contarme qué es lo que necesita. Hasta que entendiese qué es lo que puedo hacer por él, para liberarlo de la cárcel en la que lleva metido todo este tiempo.

En la cárcel en la que yo misma le ayudé a encerrarse.

Y supe que debía encontrar la llave y acercarme sin temblar, o temblando. 

Solo para entender, al fin, que ese monstruo soy yo. 

Que tiene el mismo o más miedo.

Que esa voz que me susurra es la voz de una niña que llora pidiéndome que la proteja y que la salve, de una adolescente que me pide que la mire y que la escuche. 

Y he decidido intentarlo, cogerlas de la mano y detenerme a observar(me). Y he entendido que debajo de todos esos oscuros pensamientos se esconden el miedo y la necesidad de ser abrazadas y comprendidas.

De ser amadas y aceptadas.

De amar(me) y aceptar(me).

Pero para eso tengo que dejar de luchar y simplemente sentarme junto a ellas, junto al monstruo cuyo aspecto no es otro que mi reflejo. Y qué miedo da hacer eso, cómo duele descubrir que huías del dolor haciéndote daño a ti misma de mil formas, solo para que el sufrimiento que te provocabas fuese tan fuerte que ahogase aquel del que intentabas huir. 

Parece una ironía, pero en realidad ha sido tu forma de sobrevivir durante casi toda tu vida. Y aquí estás, sintiéndote perdida cuando recién acabas de encontrarte. Cansada de huir, buscando la manera de dejar de destruirte. 

Y cómo duele, joder. Pero, por una vez, ese dolor es necesario.

Porque solo así dejaremos de correr y de sentir que estamos en peligro.

Solo así, empezaremos a ser libres y podremos dejar de sobrevivir para empezar a vivir. 

Solo así, algún día, te mirarás al espejo y descubrirás que el monstruo se ha ido, que ya no escuchas su voz, que al otro lado 'solo' estás tú.

Tú y el silencio. Tú y la paz.

Y entonces te darás cuenta de que ya no duele. 

Y sonreirás, abrazándote sin culpa, sin miedo y sin reproches. Sintiéndote tranquila, respirando sin sentir un nudo atenazando tu garganta. Viviendo. Amándo(te).

Siendo libre.


[Texto adaptado a partir de un texto de Paula Marín]



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