Noches de amistad, de reír, aunque por dentro estés llorando. Ese sentimiento de culpabilidad tan conocido me hace preguntarme sí va a ser siempre así para mí, culparme de cosas que no son malas. Mensajes sin respuesta y una parte racional hablando y otra enferma gritando, imponiéndose, hasta la sensación de estallar la cabeza. Calma, respira. Pero no, es inútil, las lágrimas aparecen con regusto amargo y se deslizan por mi cara, primero despacio, después como si unas compuertas se hubiesen abierto y no pudiese parar. Mil pensamientos me rondan, algunos con peor sabor que otros. ¿Soy buena persona? ¿Podré dejar de llorar así alguna vez? ¿Tiene fin esta lucha? ¿Se merece a alguien así, rota? Siento que soy una constante decepción, que intento cambiar y prometo hacerlo pero que no logro nada.
Y aunque sólo unos brazos pueden calmarme, son los brazos de la amistad los que me mecen sin preguntar hasta que me calmo.
Supongo que unos días es más difícil levantarse que otros...
No hay comentarios:
Publicar un comentario