miércoles, 18 de enero de 2017

Ira

Estaba enfadada, pero no tanto como para estallar. O eso pensé. Me había contenido durante toda la misa, no queriendo ser irrespetuosa pero en cuanto terminó... Necesitaba salir de allí, llegar a casa. La ira bullía, pidiendo salir. No puedo ni llegar al interior de casa; grito en las escaleras, mi puño chocando con la pared, el gotelé contra mis nudillos hasta tres veces. Y lloro, hasta quedarme vacía y en calma, hasta dejar paso al dolor físico de los golpes, mi mano roja y sensible, un recordatorio de lo estúpida que he sido. Pero era una elección: o mi prima o la pared. Y yo siempre lo pago conmigo antes que con nadie. De nuevo, estúpida... Aunque he cumplido mi promesa a mi madre: no he discutido, me he guardado la ira, al menos públicamente.
Y joder cómo me duele la mano pero lo merezco, ¿no? Menos mal que ya me alejo, que nadie vio lo patética que soy a veces, que en unas horas estaré en mi lugar favorito: entre sus brazos.

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