A veces en la vida ocurren momentos perfectos. Son instantes mágicos que no se pueden medir con los relojes normales, y casi siempre pasan tan rápido que no nos damos cuenta hasta que se han ido. Los momentos perfectos suelen durar pocos segundos, como un simple parpadeo o el clic de una foto. Luego se escapan volando pero se quedan grabados en la memoria para siempre.
Son esas ocasiones maravillosas donde todo encaja y cobra sentido. La luz, los olores e incluso la música del mundo. Todo está en su sitio a la vez y fluye como un río tranquilo.
Hay muy pocos momentos perfectos en la vida. Incluso los dedos de una mano sobran para contarlos.
Y yo tengo uno de esos momentos atesorado en la memoria: ella, mi preciosa ahijada, durmiendo la siesta en mi regazo mientras el sol se refleja en su pelo rubio y yo le tarareo una canción. Esos segundos de tranquilidad, sabiendo que en el momento en que sus ojazos azules se abran de nuevo, el momento habrá pasado pero mi corazón seguirá sereno y la sonrisa me acompañará todo el día.
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